INFILTRACIÓN MUNDIAL - SALVADOR BORREGO E. Infiltración Mundial (Salvador Borrego E.) | Page 78
El 12 de noviembre el general
Brauchiisch fue a hablar con Hitler para convencerlo de que no atacara. Llevaba el
memorándum de Halder y cifras amañadas sobre la escasez de municiones, pero
Hitler le dijo de memoria cuáles eran las correctas. Brauchitsch alegó que había
mal tiempo. Hitler le repuso que el tiempo sería malo para los dos bandos.
Brauchitsch agregó que la moral de la tropa no era bue na , que ocurrían
deserciones y actos de indisciplina. Hitler lo conminó a concretar dónde y cuándo;
él mismo iría a ver lo que ocurría. Brauchitsch se batió en retirada, con evasivas, y
Hitler le echó en cara que los más altos jefes no querían combatir, que tenían
miedo.
"La guerra -dijo- siempre ha terminado con la destrucción del enemigo. Todo aquel
que crea lo contrario es un irresponsable. . . El tiempo trabaja en favor de nuestros
adversarios. . . ¿Qué clase de generales son estos a los que hay qué empujar a la
guerra en lugar de ser ellos los que lleven la iniciativa? . . . ¿Qué papel puede
jugar un país dirigido por esa clase de gente que lo pesa y lo analiza todo? No es
posible forjar historia con gente así. Me hacen falta seres rudos, valientes,
dispuestos a ir hasta el fin de sus ideas, pase lo que pase. La tenacidad es
simplemente cuestión de carácter". . .
Brauchitsch, general de larga preparación académica, se sintió desconcertado y
turbado ante aquel Cabo que mostraba tanto arrojo y tanta fe en la victoria. Y
regresó deprimido, titubeante, al cuartel del Estado Mayor General. Halder refirió
que Brauchitsch ni siquiera pudo de momento hacer una exposición coherente de
lo que había ocurrido.
La cuestión es que Brauchitsch no se sentía ya con ánimos de participar en el
golpe, y Halder (el jefe del Estado Mayor) decía que sí Brauchitsch no daba la
orden, él no podía asumir la responsabilidad de hacerlo por sí mismo.
Sin saberlo, Hitler había roto en aquel momento el engranaje principal de la
conjura que estaba a un paso de derribarlo.
Los infiltrados estaban furiosos contra los generales Halder y Brauchitsch, que no
eran de su círculo, pero a los cuales habían empujado hasta el borde de la acción.
El Dr. Goerdeler insistió, pero ellos hablaron de que el país estaba en guerra y
aludieron a su juramento a la bandera. Inútilmente Goerdeler trató de
convencerlos de que esos pensamientos "carecían de sentido".
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