Eso no se he podido evaluar claramente. Pero existen muchos síntomas de que hubo negligencia en la dotación del equipo de invierno. Los finlandeses se sorprendían de que las botas alemanas de invierno tuvieran clavos, a través de los cuales los pies perdían calor. Esa deficiencia en especialistas alemanes parecía inconcebible. Las botas para la nieve seguían siendo ajustadas a la medida del pie, como las de verano, y no dejaban lugar para empalmar calcetines. Los rusos usaban botas dos números más grandes, a fin de rellenarlas de paja o lana. Y nada de esto era un secreto. Se tenían abundantes informes de las temperaturas que imperaban durante el invierno en Rusia. ¿ Por qué, pues, no se habían tomado precauciones?
Ciertamente Hitler no había creído en una campaña de invierno, pero se quejaba de que el Estado Mayor hubiera omitido preparativos de emergencia. En aquel momento todo era atribuible a imprevisión, pero de haberse conocido las actividades secretas a que se dedicaban Wagner y Thomas, seguramente se les hubiera llevado a un consejo de guerra como presuntos autores de sabotaje.( 1)
De todos modos, el avance continuaba, aunque muy lentamente venciendo enormes obstáculos.
El 12 de noviembre la temperatura era de 29 grados centígrados bajo cero.
A fines de noviembre los alemanes formaban un semicírculo a cuarenta y cincuenta kilómetros de Moscú.
El mariscal Von Bock, enfermo, dejó el mando en manos del general Von Kluge.
Entretanto, en las unidades soviéticas aumentaba el número de desertores�En los koljoses( ejidos colectivos) los rusos empezaban a revelarse contra los comisarios y se apoderaban de los comestibles.
Al norte de Moscú dos regimientos soviéticos, de la 44 ª división de caballería mongol, llegaron de refuerzo y fueron destrozados.
Tanques y cañones ingleses y americanos aparecían en mayor número en las líneas soviéticas.
La 2 ª división de tanques del general Veiel se aproximaba a la capital rusa por el norte. Un grupo de asalto del 38 batallón llegó a la estación de Lobnia, a 27 kilómetros del Kremlin.
Los víveres se helaban al grado de que el pan tenía que partirse a golpes hasta desmoronarlo. Los casos de congelación de soldados iban en aumento. Si entre el casco y la cabeza no se usaba alguna protección de piel o lana se corría el peligro de morir por congelación del líquido encefálico. Por la noche las guarniciones calentaban ladrillos y piedras en las chozas, para luego salir a la intemperie aplicándolos a los cerrojos de sus armas y evitar que el aceite se congelara. El
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