Desde el minuto uno de nuestro nacimiento, vamos adquiriendo habilidades educativas; nuestra familia, entorno y crianza ejercen un papel fundamental en este aspecto.
La mayoría de los padres, opinan que la educación se basa únicamente en la enseñanza que sus hijos reciben en los centros educativos; padres que gastan miles de euros en centros privados para cubrir simplemente, la carencia de la educación que no les ofrecen a sus hijos en casa.
Y la realidad, es que podemos gastar miles de euros en centros privados para la educación, obtener carreras con matrícula de honor, másteres y doctorados. Todo ello no te va a enseñar a ser respetuoso con los demas, conocer las bases de los valores humanos, ni a ser condescendiente con tu prójimo; ningún título de enseñanza nos otorga esos valores.
Cada vez más se nos dice desde los medios que la enseñanza comienza en el hogar; así es, la mejor enseñanza que un hijo puede recibir es en primer lugar ofrecerle la oportunidad de crecer como ser único e independiente, unido a unos valores basados en el comportamiento consciente a su entorno, al respeto, igualdad y responsabilidad sobre los actos y sus consecuencias.
En la sociedad actual, la gran mayoría de las familias están restando importancia a la tarea de inculcar dichos valores que distinguen nuestra especie; a la vista está el alto porcentaje de fracaso escolar, quizás debido a la desestructuración de la unidad familiar y un largo etcétera de hechos que nos llevarán a una sociedad de individuos egoístas y solitarios.
Desde mi niñez, mis padres nunca me impusieron unas estrictas normas de comportamiento, ni tan siquiera un protocolo a seguir. Su gran labor fue aconsejarme y guiarme, con la mayor de las dedicaciones hacia el camino de mi YO adulto.
Mi transformación no fue fácil para ellos, me convertí en una persona independiente y con una formada personalidad desde una temprana edad; todo ello me llevo a dejar los estudios a medio terminar y emprender un viaje sin rumbo a distintas partes de este maravilloso mundo que nos han regalado.
Mi ausencia fue difícil para ellos, pero al pasar los años se dieron cuenta que habían creado la mejor de las obras que unos padres pueden crear; fue tan simple como cogerme en brazos, agarrarme de la manita y finalmente sentarse y esperar, observando mis caídas y ayudarme a levantarme con la mejor de sus sonrisas.
Lidia Rivas
Alumna de IEDA de Bachillerato
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