Para los esclavistas, aun cuando se beneficiaran
de la esclavitud, los negros representaban una cercanía indeseable, un tipo de abyección que contaminaba a todos sólo con su presencia. Y aquí vale
recordar la definición de Julia Kristeva sobre lo
abyecto como una “extrañeza imaginaria y una
amenaza real”.15 En su libro sobre Céline, Kristeva se apoya en el psicoanálisis de Freud y en las
ideas de Mary Douglas para señalar el modo en
que se manifestaban las fobias en la escritura, el
comportamiento y la oralidad del sujeto. De la antropóloga inglesa, toma la definición del “sociedad-sistema simbólico” representado en el ser humano y a través de su cuerpo.
Para Mary Douglas y Julia Kristeva, hay una línea
demarcatoria, excluyente de valores subjetivos,
que impone interdicciones y en su totalidad constituyen el organismo social como un “sistema
simbólico”.16 Todo aquello que estuviera fuera de
estos límites, que no correspondiera con las prohibiciones que asume e impone ese sistema, sería
rechazado. Douglas lo explica a través de los
desechos del cuerpo, que no son contaminantes en
sí mismos, pero su capacidad de corrupción es
proporcional al “poder de interdicción que lo propone”.17
Si analizamos la literatura cubana decimonónica
a través de estos conceptos, podemos ver claramente que las representaciones del negro están
sujetas a una acción contaminante en la medida
que estos sujetos y sus acciones amenazaban con
destruir o manchar el orden simbólico que imaginó e impuso la sociedad esclavista decimonónica. Si como dice Kristeva, lo abyecto es algo
“rechazado de lo que uno no se separa”,18 el esclavo vendría a ser la quintaesencia de esa abyección, porque de él dependía el bienestar del
blanco, él era su mayor peligro, su gran preocupación, aquello de lo que hubiera querido prescindir pero a lo que seguía atado.
De ahí que los escritores delmontinos vean al esclavo y al sistema simbólico-social esclavista
como una especie de enfermedad que contaminaba todos los árboles del pueblo y pusieran reparos a la abolición, pero que al mismo tiempo vieran con horror la influencia que tenía en sus vidas.
Del Monte lo dirá en un lenguaje sumamente expresivo: “el cancro que nos corroe [es] la esclavitud doméstica”.19
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Por “cancro” (del latín cáncer, que significa tumor maligno), Del Monte se refería a un tipo de
enfermedad que atacaba la corteza de los árboles
produciendo un líquido acre y rojizo. Al igual que
esta enfermedad podía acabar con una buena cosecha, Del Monte sugería que los negros esclavos
podían acabar con ellos. A estos escritores no les
quedó más remedio que llevar a cabo una campaña de “saneamiento,” cuyo punto de focalización fueron los esclavos que vivían en las casas
de los amos, las nodrizas, los caleseros y especialmente las mulatas, quienes aparecen en las marquillas de tabaco y en la literatura del siglo XIX
como una especie de femme fatale romántica, capaz de dar placer y provocar a un mismo tiempo
la muerte. Esta dualidad podría decirse que es de
raíz cristiana, ya que como apunta Kristeva, la
“genialidad” del cristianismo en este aspecto fue
concebir el cuerpo como “deseo” que se manifiesta, por un lado como pecado, falta o iniquidad
y por otro, como “espíritu”, fundido con lo divino
y lo sublime, y expresado a través de la belleza y
el amor.
En el poema “La mulata,” de Creto Ganga, ella se
describe como un compuesto “entre hereje y cristiana”.20 Y en Cecilia Valdés, el narrador la llama
“virgencita de cobre”, que encarna a su vez toda
la lujuria y degradación moral de la mezcla que
producían los negros y los blancos. Ella es todo
lo que temen las familias blancas de la aristocracia criolla azucarera. Todo lo que los hombres
desean y temen a la vez. Es la maldición. No por
gusto el romance de Leonardo con Cecilia termina con la muerte de Leonardo a manos del mulato Pimienta y con Cecilia en el manicomio.
Algo similar ocurre en la novela de Antonio Zambrana, El negro Francisco, donde el protagonista
termina ahorcándose luego que su mujer, otra mulata, decide entregarse a los brazos del amo para
salvarle la vida.
En cualquiera de los casos, si bien la mulata actúa
por amor o por