Parafraseando a Foucault, podríamos decir que se
preguntaban a partir de qué punto las instituciones modernas que habían traído el progreso a
Cuba se habían tornado nocivas y amenazaban
con aplastarlos. Se preguntaban cómo las ciencias
y la literatura podían contribuir a ese progreso y
evitar males mayores en el futuro.
Para tener una idea de estas preocupaciones basta
leer el libro Reflexiones histórico físicas naturales médico quirúrgicas (1798), de Francisco Barrera y Domingo, uno de los primeros libros que
se escribieron en Cuba y que detalla las distintas
enfermedades padecidas por los esclavos en los
ingenios. O leer en el Papel Periódico de La Habana la carta que José Agustín Caballero dirigió
a los “cosecheros de azúcar” que mantenían a los
negros encerrados en barracones. Según Caballero, aquellos lugares eran focos de enfermedades que había que limpiar. “No tengo principios
químicos que necesita la operación de demostraros los grados de corrupción del aire extraído de
allí: me atrevía a asegurar tiene más de ocho grados menos de origen (o aire vital que respiramos)
que el de la plazuela de las Claras por ejemplo:
así lo [creo, es] un aire encerrado donde jamás se
pone lumbre para rarefacerlo, nunca se sahúman
los sitios, no se riegan con vinagre, ni se usa algún
antimefitico”.12
No obstante, la amenaza principal que representaba el sistema esclavista no era la pérdida de los
esclavos por enfermedades ni el posible contagio
que representaban o el maltrato de los amos. La
principal amenaza venía de que se sublevaran y
acabaran con los criollos como habían hecho en
Haití y con tales vistas, el sistema esclavista creó
una serie de medidas que le posibilitó sobrevivir
hasta la abolición final de la esclavitud.
Mientras tanto, los letrados se encargaron de criticar todo aquello que veían como nocivo para
ellos. El vicio, como decía Moreno Fraginals,
“venía desde la cuna: comenzaba con la negra
ama de leche que criaba los niños blancos”.13
Luego continuaba con la costumbre de ver maltratar a los esclavos y más tarde, con la experiencia sexual que el hijo tenía con la esclava, de lo
cual resultaba muchas veces el amancebamiento,
el adulterio y el incesto. Por esta razón, si la esclavitud era un mal, era sobre todo por los efectos
perversos que tenía en la población blanca y,
como consecuencia, la figura de la mulata era el
epítome del pecado, la concretización de la transgresión, el producto ilícito del “contubernio” del
amo y la esclava.
¿Podía otra figura representar de forma más gráfica el mal que significaba la mescla racial y cultural en la Isla? Félix Tanco Bosmeniel resumiría
en carta a su amigo Del Monte:
“También quisiera que en la parte 5 dijeras algo
de la influencia de los esclavos no solo en las costumbres, la riqueza, y las facultades intelectuales
de los blancos, según el plan de Comte, sino en el
idioma pues como tú sabes se han introducido en
él una infinidad de palabras y locuciones inhumanas y bárbaras que son de uso corriente en nuestras sociedades de ambos sexos que llaman cultas
y finas. La misma influencia se advierte en nuestros bailes y en nuestra música. ¿Quién no ve en
el movimiento de nuestros mozos y muchachas
cuando bailan contradanzas y valses, una imitación de la mímica de los negros en los cabildos?
¿Quién no sabe que los bajos de los dansistas de
nuestro país son el eco del tambor de los Tangos?
Todo es africano y los inocentes y pobres negros,
sin pretenderlo, y sin otra fuerza que la que nace
de la vida de relación, en que están ellos con nosotros, se vengan de nuestro cruel tratamiento inficionándonos con los usos y maneras inocentes,
propias de los salvajes de África.” [énfasis en el
original]14
Para Félix Tanco, al igual que para Del Monte,
Villaverde y Betancourt, la cercanía de ambas razas provocaba una degeneración de la cultura
blanca criolla, de sus costumbres y de su vocabulario. Los jóvenes se convertían en “salvajes”
africanos y las mujeres perdían su sensibilidad
natural ante el maltrato. De lo que se trataba entonces era de buscar la forma de sobrevivir a la
“venganza” de los negros. Evitar la reversión moral y cultural a un estado social que los blancos
tenían como “bárbaro”, “salvaje” e “inhumano”.
El sistema esclavista traía de este modo consigo
su propia destrucción. Estaba destinado a ser
“aguijoneado,” si no por una revuelta de africanos, por la influencia persistente, metódica y diaria de los esclavos que vivían en las ciudades y las
casas de los amos.
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