literatura y era falso que los negros tuvieran una
forma específica de hablar.
Suárez y Romero fue el autor de una de las novelas más importantes del siglo XIX cubano: Francisco, prohibida por la censura colonial y publicada al cabo de cuar enta años después en Nueva
York. Aquí Suárez y Romero se muestra compasivo con los esclavos, pero en cuanto al idioma y
la influencia que estos tenían sobre los blancos se
muestra francamente hostil.
Los africanos de cada dotación “adulteran de una
forma distinta nuestra lengua” y las versiones que
producen “no son ni con mucho uniformes”.3
¿Cómo podían los capellanes entonces explicar la
doctrina cristiana a los negros siguiendo un manual que, como dice su título, se “acomoda[ba] a
la capacidad de los negros [. . .] para el beneficio
de los mismos negros, de los Capellanes encargados de su instrucción y de los amos”?4 ¿Cómo podía Creto Ganga reproducir un lenguaje que no
existía?
Suárez y Romero era dueño del ingenio Surinam
y por esto debió conocer la Explicación y tener
una idea bastante clara de cómo hablaban los negros. En su novela, el protagonista Francisco, a
pesar de ser un “negro de nación,” habla en perfecto español, sin ninguna traza del lenguaje “bozal,” y debemos sospechar que esta corrección del
lenguaje respondía a la visión letrada del autor sobre la corrección en la literatura y en la forma que
“debían” hablar los esclavos y sus descendientes.
No obstante, la pugna en cómo representar el habla de los negros en la literatura queda tematizada
en las crónicas de José Victoriano Betancourt y
en una de novelas cubanas más importantes, Cecilia Valdés (1882), de Cirilo Villaverde. Incluso
el siboneyismo, que comienza en la segunda mitad del siglo XIX y alcanza gran popularidad,
nace atravesado por esta obsesión con el lenguaje.
Pichardo y Tapia recogió innumerables vocablos
de origen indígena que José Fornaris y Joaquín
Luaces utilizarán luego en sus poemas. Según estos poetas y el propio Pichardo, había que regresar a la escritura y la pronunciación original de los
siboneyes y corregir los cambios ortográficos que
los españoles habían introducido.
Mientras mejor los poetas representaran esos sonidos, sus poemas darían una mejor idea de lo que
había sido la antigua cultura cubana. Pichardo decía que los colonizadores españoles habían impuesto su ortografía y desfigurado las voces indígenas corrompiéndolas de tal modo que no podían reconocerlas ni “la madre que los parió”.5
Esto, a no dudarlo, era un gesto político de gran
importancia y demuestra las diferencias entre una
parte de la ciudad letrada y el poder colonial. Pero
recordemos que, ya para esta época, los españoles
habían casi que exterminado a los indígenas y del
lenguaje “siboney” solo quedaban muestras en toponímicos.
Por el contrario, el lenguaje de los negros bozales
y la gentualla se oída en muchos sitios de la ciudad y Pichardo los consideraba como algo monstruosa. Ante esta amenaza, no extraña que los escritores que se unieron a Domingo Del Monte
fueran tan celosos de la norma castiza, que Suárez
y Romero pusiera tanto énfasis en enmendar la
gramática y la ortografía de Francisco Manzano,
que Cirilo Villaverde redujera estos vocablos a la
categoría de “vulgar” y que Juan Clemente Zenea
se horrorizara con lo que podía aprender un niño
blanco de una esclava africana.
Todos ellos criticaban el nuevo lenguaje y la mezcla cultural que se originaba como resultado de la
convivencia que trajo consigo el régimen esclavista, y buscaban una audiencia letrada dentro y
fuera del país que pudiera comprender los símbolos de la cultura europea a los que ellos se referían. Por eso, el lenguaje bozal o “vulgar” que
usaba la “gentualla”6 quedaba para las obras satíricas y burlescas de Creto Ganga y Victoriano Betancourt, así como para la más doctrinaria Explicación cristiana, siempre y cuando los lectores
pudieran reconocer lo que los negros decían o se
tradujeran las frases corruptas que empleaban.
Pero el celo con que los criollos guardan el lenguaje es solo uno de los tantos que muestran su
obsesión con deslindar los márgenes raciales. Es
una de las tantas formas que tomó el miedo al negro y con lo cual estos letrados criticaban el régimen que había provocado esta situación. En secreto realmente añoraban con ser ellos quienes
tuvieran el poder, quienes pudieran decidir sobre
las cuestiones de Cuba y por eso se enfrascaron
en diferentes proyectos políticos como el anexionismo, el independentismo y el autonomismo.
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