Identidades Número 1, Febrero 2014 | Page 73

literatura y era falso que los negros tuvieran una forma específica de hablar. Suárez y Romero fue el autor de una de las novelas más importantes del siglo XIX cubano: Francisco, prohibida por la censura colonial y publicada al cabo de cuar enta años después en Nueva York. Aquí Suárez y Romero se muestra compasivo con los esclavos, pero en cuanto al idioma y la influencia que estos tenían sobre los blancos se muestra francamente hostil. Los africanos de cada dotación “adulteran de una forma distinta nuestra lengua” y las versiones que producen “no son ni con mucho uniformes”.3 ¿Cómo podían los capellanes entonces explicar la doctrina cristiana a los negros siguiendo un manual que, como dice su título, se “acomoda[ba] a la capacidad de los negros [. . .] para el beneficio de los mismos negros, de los Capellanes encargados de su instrucción y de los amos”?4 ¿Cómo podía Creto Ganga reproducir un lenguaje que no existía? Suárez y Romero era dueño del ingenio Surinam y por esto debió conocer la Explicación y tener una idea bastante clara de cómo hablaban los negros. En su novela, el protagonista Francisco, a pesar de ser un “negro de nación,” habla en perfecto español, sin ninguna traza del lenguaje “bozal,” y debemos sospechar que esta corrección del lenguaje respondía a la visión letrada del autor sobre la corrección en la literatura y en la forma que “debían” hablar los esclavos y sus descendientes. No obstante, la pugna en cómo representar el habla de los negros en la literatura queda tematizada en las crónicas de José Victoriano Betancourt y en una de novelas cubanas más importantes, Cecilia Valdés (1882), de Cirilo Villaverde. Incluso el siboneyismo, que comienza en la segunda mitad del siglo XIX y alcanza gran popularidad, nace atravesado por esta obsesión con el lenguaje. Pichardo y Tapia recogió innumerables vocablos de origen indígena que José Fornaris y Joaquín Luaces utilizarán luego en sus poemas. Según estos poetas y el propio Pichardo, había que regresar a la escritura y la pronunciación original de los siboneyes y corregir los cambios ortográficos que los españoles habían introducido. Mientras mejor los poetas representaran esos sonidos, sus poemas darían una mejor idea de lo que había sido la antigua cultura cubana. Pichardo decía que los colonizadores españoles habían impuesto su ortografía y desfigurado las voces indígenas corrompiéndolas de tal modo que no podían reconocerlas ni “la madre que los parió”.5 Esto, a no dudarlo, era un gesto político de gran importancia y demuestra las diferencias entre una parte de la ciudad letrada y el poder colonial. Pero recordemos que, ya para esta época, los españoles habían casi que exterminado a los indígenas y del lenguaje “siboney” solo quedaban muestras en toponímicos. Por el contrario, el lenguaje de los negros bozales y la gentualla se oída en muchos sitios de la ciudad y Pichardo los consideraba como algo monstruosa. Ante esta amenaza, no extraña que los escritores que se unieron a Domingo Del Monte fueran tan celosos de la norma castiza, que Suárez y Romero pusiera tanto énfasis en enmendar la gramática y la ortografía de Francisco Manzano, que Cirilo Villaverde redujera estos vocablos a la categoría de “vulgar” y que Juan Clemente Zenea se horrorizara con lo que podía aprender un niño blanco de una esclava africana. Todos ellos criticaban el nuevo lenguaje y la mezcla cultural que se originaba como resultado de la convivencia que trajo consigo el régimen esclavista, y buscaban una audiencia letrada dentro y fuera del país que pudiera comprender los símbolos de la cultura europea a los que ellos se referían. Por eso, el lenguaje bozal o “vulgar” que usaba la “gentualla”6 quedaba para las obras satíricas y burlescas de Creto Ganga y Victoriano Betancourt, así como para la más doctrinaria Explicación cristiana, siempre y cuando los lectores pudieran reconocer lo que los negros decían o se tradujeran las frases corruptas que empleaban. Pero el celo con que los criollos guardan el lenguaje es solo uno de los tantos que muestran su obsesión con deslindar los márgenes raciales. Es una de las tantas formas que tomó el miedo al negro y con lo cual estos letrados criticaban el régimen que había provocado esta situación. En secreto realmente añoraban con ser ellos quienes tuvieran el poder, quienes pudieran decidir sobre las cuestiones de Cuba y por eso se enfrascaron en diferentes proyectos políticos como el anexionismo, el independentismo y el autonomismo. 71