religión africana y católica en las órdenes Abakuá, Regla Kimbisa y Santería, e incluso la labor
educativa de las nodrizas africanas.
Para esta élite, estas prácticas eran síntoma del
desvío y una muestra más de la corrupción que
trajo consigo el régimen colonial-esclavista. Representaba un mal que tenían que combatir y por
esto, recurrieron no solo a la ley, sino también a
las ciencias, la literatura y a la religión para acabar con ellas.
En las crónicas y novelas costumbristas del siglo
XIX, una de las formas que toma este miedo es la
de rasgos “tipicos” y fisonómicos que distinguían
a la población negra. En un artículo fundamental
para entender estas representaciones, “Black
Phobia and the White Aesthetic in Spanish American Literature,” Richard Jackson reparaba en la
paradoja de que los mismos escritores que criticaban la esclavitud en sus novelas, representaban
comúnmente a los negros como seres inferiores o
con características blancas que los separaban del
resto.
Para Gómez de Avellaneda, por ejemplo, Sab no
tenía “nada de la abyección y grosería que es común en gente de su especie”.2 Es un mulato instruido y la Avellaneda describe su alma como
“blanca”. Al hacer esto, dice Jackson, la Avellaneda se niega a reconocer la belleza en los negros,
y muestra un profundo desprecio por los esclavos.
De modo que, en estas novelas, los rasgos físicos
serán atributos importantes para saber la posición
del narrador y en la medida que se aparten de las
definiciones greco-romanas establecidas en la sociedad, el lector podrá leer en sus rostros o en su
mirada sentimientos, deseos y aptitudes “abyectas” para los blancos. En esto la literatura antiesclavista cubana seguiría de cerca los presupuestos
de la literatura realista europea, que abunda en los
retratos de personajes donde convergen lo físico
y lo moral.
Desde el punto de vista de la lengua, el mismo
temor aparece en el debate sobre el lenguaje coloquial o “grosero” de las capas bajas de la sociedad y la influencia de la literatura extranjera sobre
la lengua española. Este debate recorrerá todo el
siglo XIX. Comenzará alrededor de 1837, cuando
Esteban Pichardo y Tapia da a la imprenta su Diccionario provincial casi razonado de voces cuba-
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nas, y continuará con la gramática de Andrés Bello y las críticas mordaces de los escritores españoles al nicaragüense Rubén Darío.
A diferencia del resto de los países hispanoamericanos, que se habían constituido como repúblicas independientes, en Cuba este debate se desarrolla de forma paralela a la instauración de la esclavitud y la instrumentación del “lenguaje bozal”
para uso del poder. La primera mención de este
lenguaje aflora en una comunicación del obispo
de Santiago de Cuba, Morell y Santa Cruz, al convertir los llamados cabildos africanos en ermitas.
A fines del siglo XIX reaparece en la Explicación
de la doctrina cristiana, de Antonio Nicolás Duque de Estrada. Lo importante en ambos textos es
el objetivo de convertir el lenguaje bozal de los
esclavos africanos en un arma de dominio de la
ciudad letrada, de tal modo que la transformación
o imitación consciente de sus diversas variantes
fuera un instrumento para transformar las almas y
los cuerpos de los esclavos y proteger y mantener
la esclavitud.
Desde esta perspectiva, el lenguaje bozal de la Explicación… es el lenguaje biologizado con la gramática como signo que reemplaza al ser humano
y torna este conocimiento en una forma de subyugación para “salvar” al negro de sus antiguas supersticiones, inculcándoles obediencia a todos los
poderes coloniales: la iglesia, el mayoral, el amo
y el Estado.
Sin embargo, el lenguaje “bozal” que aparece en
la doctrina cristiana es fácilmente legible para
aquellos que saben español y pueden arreglárselas
a través de las omisiones de artículos, sujetos y
concordancias gramaticales de este texto. Es un
“lenguaje” que, por este motivo, adquiere una
sospechosa uniformidad y transparencia, que era
justamente la que le permitía a los capellanes, mayorales y dueños de ingenios entenderlo y poder
utilizarlo para comunicarse con los siervos.
Más tarde, en los escritos de Creto Gangá y José
Victoriano Betancourt, este lenguaje será la
forma de comunicación por excelencia que usaban los blancos para representar a los negros con
la finalidad de reforzar los estereotipos culturales
y criticar tales deformaciones del habla. En el
lado opuesto del, otro escritor costumbrista, Anselmo Suárez y Romero, pensaba que el lenguaje
bozal no merecía mezclarse con el español en la