asentara de nuevo un peligro para sus territorios, lo que significaría algo más catastrófico aún: una ocupación militar.
La esperanza
Pero no todo es negativo. Pese al daño, encanallamiento y desarraigo al que lo ha forzado el régimen que una vez abrazara y acompañara con
borda los límites de acceso férreamente establecidos por la censura. El grupo en el poder se ha
visto atrapado en la contradicción de aceptar este
ritmo alucinante de crecimiento mundial e intentar ponerse a la par. De no hacerlo perderían la
capacidad de vender su imagen e interactuar e influenciar, con beneficio de todo lo que puedan, en
los asuntos internacionales. Su mayor oxímoron
es el intento y lento fracaso por mantener a la so-
La Habana en su vacío
ciego entusiasmo y hasta voluntaria crueldad,
nuestro pueblo también ha alcanzado instrucción
y posee virtudes intrínsecas de modernidad que le
permitirían desarrollar su dinámica capacidad de
integrarse al mundo, sobre todo con esa creciente
ola tecnológica de comunicación personal que facilita un acelerado crecimiento de la economía, la
transparencia y el bienestar en muchas naciones.
Como prueba de ello, África, el continente más
execrado, goza ya de un 80% de conexión. Para
Cuba también hay señales estimulantes. El creciente espacio que van ocupando los medios modernos de comunicación en la sociedad civil des-
60
ciedad civil fuera de esta modernización constante. Esto es cada vez más patente. La presente
marcha del mundo nos hace prever que este fenómeno seguirá creciendo y, por tanto, la sociedad
civil cubana lo irá asimilando cada vez más y mejor. Esto nos dará una ventaja que, de saberla encauzar en un Estado de Derecho con diafanidad
institucional y claras cuentas públicas, nos permitiría distanciarnos del latente peligro del Estado
fallido, la herencia de clases representativas del
totalitarismo o el autoritarismo, y el asolo de las
fuerzas antidemocráticas internacionales.