Identidades Número 1, Febrero 2014 | Page 59

raña de ilegalidad, descrédito, abuso administrativo, inestabilidad, arbitrariedad, ignorancia, desorientación y desesperación. Las respuestas más generalizadas son la ira irracional, avidez desenfrenada, corrupción, presión psicológica por un presente mísero e inamovible, falta de sentido de futuro y consecuente desperdicio de la existencia, fuga del país y otras. Para sobrevivir, la sociedad es arrastrada por una dinámica que ella misma genera en un proceso instintivo de sorda rebeldía, caos creativo y a la vez destructivo por la fuerza de actuar en la ilegalidad a la que siempre se ve constreñida. Es una experiencia realmente agotadora, con intensidad y tiempo cíclicos. También el monolitismo del presente régimen sufre el embate de los males de des-civilización que se ha encargado de imponer en la sociedad. Y otra cosa no se puede concluir cuando las instituciones del Estado ocupan todo el espacio autorizado. Ha sido patente y público brincar su propio marco legal con delitos execrables como la ejecutar sumariamente a ciudadanos en menos de una semana, auspiciar masacres sin dar plena luz pública a los hechos, facilitar el tráfico de drogas por el territorio nacional, crear la función de proxenetismo político mediante la prostitución de ciudadanos cubanos en funciones oficiales, y así en un largo etcétera. En consecuencia, los representantes del Estado han sido y siguen siendo los primeros violadores de sus propias leyes y los grandes responsables de la corrupción nacional, que no emerge del pueblo empobrecido, sino que desciende hacia él. Para colmo, el régimen ha intentado ocultar, pero no ha podido, los escándalos mayúsculos y periódicos de onerosas malversaciones y robos, protagonizadas por funcionarios que gozaban de toda la confianza del gobierno y del Partido Comunista. Por tal cúmulo de hipocresía, doble rasero ante la legalidad y criminalidad intrínseca, se hace cada vez más inverosímil la siempre anunciada unidad de Partido, Gobierno y Pueblo. Las estructuras del Partido Comunista, Poder Popular, ejército, policía y funcionarios en corporaciones extranjeras y nacionales tampoco se mantienen firmes en las provincias y municipios ante este desmadre que genera un particular caos destructivo. La ausencia de perspectivas nacionales reales surte efecto demoledor sobre los destinos e inquietudes personales y sobre las mismas instituciones. Ejemplos recientes indican cómo, alejadas de la limitada vigilancia del aparato de poder central y atraídas por igual al mismo vórtice de tendencia del resto de la sociedad, estas estructuras provinciales se están beneficiando clandestinamente de la misma corrupta dinámica de intereses que ha horadado el tejido económico de la nación. Incluso es posible que, organizados para lograr esos beneficios, se cumplan más los intereses de los “factores” dominantes que los ucases de la capital. Y que las verdaderas estructuras de poder sean otras muy distintas a las que se presentan como marco institucional oficial. Lamentablemente, todo esto establece norma de conducta sobre cómo organizar el gobierno con los funcionarios y la maquinaria burocrática mínima que se necesitará en el futuro. Es algo que no desaparecería como por encanto con un cambio hacia la democratización. Los dos mayores obstáculos institucionales para cualquier futuro Es prudente desembarazarnos de esquemas preconcebidos y concentrarnos desde ahora en la naturaleza y particularidades de instituciones con mayores probabilidades de enquistarse como obstáculos en el tránsito hacia la democracia y con condiciones alarmantes para volverse promotoras indirectas del caos. Por simple valoración de elementos de fuerza, el ejército y la policía política constituyen una realidad en las posibilidades de 57