extranjera e incluso, por una maniobra mediática
de confuso origen, llega a convertirse en prototipo
de la corrupción administrativa que azota al país.
Es la historia de siempre, desde los tiempos de la
colonia española. Los mandamases corruptos,
dueños de las instituciones, hacen la ley y adoptan
la trampa, apropiándose del monopolio de la impunidad, desde donde tipifican, juzgan y condenan cómodamente los delitos que cometen los de
abajo.
El desfalco del subdirector económico de Servicios Comunales en La Habana Vieja, sin dejar de
ser repulsivo, como delito al fin, es poca cosa
cuando lo comparamos con lo que pudo defalcar
el Presidente del IACC mientras gozó de absoluta
impunidad durante tantísimos años. Ahora resulta
que es aquel pobre diablo quien representa, ante
la vista pública, el prototipo de la corrupción administrativa que el gobierno dice combatir radicalmente.
Para colmo, parece que con la aviesa intención de
presentarlo ante el público como la encarnación
del mal en sí mismo, consiguieron que el susodicho subdirector económico no sólo confesara sus
culpas ante cámaras y micrófonos, sino que lo hiciera con la mayor frescura, incluso con desparpajo, de modo que al verlo los espectadores sintieran repugnancia y desprecio, con lo cual quedaba dictada a priori la condena general, sin dejar
fisuras para el análisis sobre las causas profundas,
y no las aparentes, de su delito.
Quisiera creer que ha sido puramente casual que
tanto este subdirector económico de Servicios
Comunales como la mayoría de sus cómplices
fueran negros. Pero no es posible pasar por alto el
detalle de que, siendo negros, su actitud delictiva,
amén de su desfachatez, resultaría de más fácil y
rápida asimilación por un público que arrastra el
racismo como herencia de sangre y está acostumbrado a familiarizar la piel oscura con lo marginal
y la infracción. No en balde las cárceles cubanas
están repletas de pequeños transgresores negros,
al tiempo que los grandes mafiosos (que ya los
hay en Cuba y son blancos) compran su libertad a
los jueces, y la nomenclatura del poder se gasta
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una vida fastuosa, muy por encima de sus salarios, sin que existan mecanismos legales para exigirles que aclaren tal contradicción públicamente.
Los verdaderos corruptos
¿Se ha propuesto en serio la Contraloría General
de la República identificar y procesar a los funcionarios corruptos? No me consta. Si ese fuera
su plan, no le encuentro explicación a que no haya
trascendido a la publicidad ni un solo caso en que
ordenara auditar el nivel de vida de los grandes
jefes y sus familiares, verificando el desorbitado
monto de sus gastos contra el de sus salarios formales.
¿Ignora esta entidad que el nepotismo es una de
las manifestaciones de corrupción más extendidas
entre la alta jerarquía del régimen? Claro que hay
regulación destinada a impedir la práctica del nepotismo entre los dirigentes intermedios, a nivel
de las empresas. Pero no pasa de ser una formalidad, que tales funcionarios violan con la mayor
sencillez, intercambiándose favores entre sí. Uno
coloca en los mejores puestos al familiar del otro,
y el otro, en reciprocidad, hace lo mismo. En cualquier caso, esta fórmula no cuenta para la gran
nomenclatura, pues ni siquiera fue concebida para
ellos.
De la misma incomprensible manera en que los
jefes de la revolución se apropiaron gratuitamente
de las residencias de los millonarios que habían
obligado a huir del país, y que luego se han gastado niveles de vida absolutamente inaccesibles
para las mayorías, hoy propician impunemente
que sus hijos y otros familiares vivan como millonarios en medio de una crisis sin precedentes
para la economía nacional, engendrada por ellos
mismos. Por increíble que parezca, el nepotismo,
al igual que otros tantos delitos relativos al abuso
de poder, ha llegado a convertirse en elemento del
paisaje cubano. Es como esas auras tiñosas que
sobrevuelan a diario la raspadura del Comité Central: están siempre ahí, pero ya ni siquiera levantamos la vista para mirarlas, pues las sabemos
merodeadoras de una altura que no se encuentra a
nuestro alcance.