Identidades Número 1, Febrero 2014 | Page 11

Casi nadie espera ya entre nosotros que los hijos y esposas y sobrinos y yernos de grandes jefes no sean favorecidos con los mejores empleos y con los cargos más jugosos, si por predestinación hegemónica crecieron dentro de una burbuja que orbita a varios años luz por encima de nuestra vida corriente. Habitan en barrios exclusivos, al margen del apagón y de la escasez de agua, del camello como medio de transporte y del pan agrio de la libreta de racionamiento. Son los únicos que pueden escoger libremente la carrera que desean estudiar y en las mejores universidades del mundo. Disponen de una atención médica que ni en sueños ha conocido la gente del pueblo. Y poseen hasta una capilla especial para ser velados cuando mueren. Entonces, ¿qué tiene de raro que sean empleados mediante nepotismo? Asimismo, la ley de la costumbre, impuesta por sus entrepiernas, ha conseguido que veamos con normalidad cómo ellos y su parentela conforman una minoría de élite que no sólo vive por encima y de espaldas a la realidad que les rodea, sino que se tranca bajo siete llaves, compartiendo sólo con ellos mismos los glamorosos cotos, casándose unos con los otros para prolongar el linaje y siempre ensimismados en actitud de secta, a la cual, naturalmente, no podemos acceder los cubanos corrientes, salvo excepciones como las de algunos deportistas de alto rendimiento e intelectuales muy destacados que ellos suelen adoptar como mascotas. Si así fueron siempre y así continúan siendo, ¿por qué entonces tendríamos que otorgarle una connotación especial al modo nepotista en que se reparten hoy las jerarquías? Y por si fuera poco, se toman cínicamente el derecho de dictaminar quiénes tipifican, entre sus siervos, la corrupción administrativa que está hundiendo a Cuba. ¿Acaso es verificable aquí un mayor caso de corrupción que aquel que produjo la quiebra de las estructuras económicas de la nación por haber supeditado todas sus bases, todas sus acciones y proyecciones a un simple trazado político, o a dislates dictatoriales esgrimidos bajo el disfraz de un trazado político? Aquellos polvos nos trajeron estos fangos,y no hace falta siquiera una inteligencia media para comprenderlo. Mientras que en otros sistemas la corrupción suele actuar como excrecencia, aquí es orgánica, sustituye al trabajo y a su agente natural, la eficacia económica, por la sencilla razón de que el trabajo ha perdido su función primigenia como productor de bienes, sea para el individuo o para el grupo, y se ha convertido en paradójica causa de todas las pérdidas. Esa manera tan sórdida de banalizar la corrupción, de hacer del acto corrupto una suerte de lucecita al final del túnel, sin alternativas, ya que es clave para la sobrevivencia, es el legado que los cubanos pobres reciben hoy de la revolución. Vistas así las cosas, y es así como son, resulta erróneo guiarse por el número de funcionarios, administradores y aun de ministros que son sustituidos para concluir que en la actualidad este gobierno está librando una exitosa campaña contra la corrupción. No existe otro modo de avanzar más o menos convincentemente en el control de las prácticas corruptas -que ya forman parte de nuestra idiosincrasia, de nuestras nuevas tradiciones, sino partiendo de un cambio radical en las estructuras políticas y en el sistema de dirección de la economía. El resto es montaje para los ingenuos. Tenía que ser negro Por lo demás, el modo en que ha sido expuesto públicamente el caso del subdirector económico de Servicios Comunales en La Habana Vieja, pone otra vez de manifiesto cómo, al igual que en tiempos de la colonia, la oligarquía dominante no sólo somete a las masas a través de métodos represivos, sino también las manipula actuando sutilmente sobre su conciencia y aun sobre su inconsciente. Por eso no nos queda otra alternativa que la suspicacia al constatar que este sujeto, presentado de pronto como modelo de corrupción administrativa, se proyecta además ante la cámara como un sinvergüenza y desclasado, sin pizca de pudor o de amor propio. “Tenía que ser negro”, dicen muchos al verlo, con lo cual no sólo queda redondeada la fábula ideológica de la superioridad de las castas hegemónicas (blancas y distinguidas), 9