Casi nadie espera ya entre nosotros que los hijos
y esposas y sobrinos y yernos de grandes jefes no
sean favorecidos con los mejores empleos y con
los cargos más jugosos, si por predestinación hegemónica crecieron dentro de una burbuja que orbita a varios años luz por encima de nuestra vida
corriente. Habitan en barrios exclusivos, al margen del apagón y de la escasez de agua, del camello como medio de transporte y del pan agrio de
la libreta de racionamiento. Son los únicos que
pueden escoger libremente la carrera que desean
estudiar y en las mejores universidades del
mundo. Disponen de una atención médica que ni
en sueños ha conocido la gente del pueblo. Y poseen hasta una capilla especial para ser velados
cuando mueren. Entonces, ¿qué tiene de raro que
sean empleados mediante nepotismo?
Asimismo, la ley de la costumbre, impuesta por
sus entrepiernas, ha conseguido que veamos con
normalidad cómo ellos y su parentela conforman
una minoría de élite que no sólo vive por encima
y de espaldas a la realidad que les rodea, sino que
se tranca bajo siete llaves, compartiendo sólo con
ellos mismos los glamorosos cotos, casándose
unos con los otros para prolongar el linaje y siempre ensimismados en actitud de secta, a la cual,
naturalmente, no podemos acceder los cubanos
corrientes, salvo excepciones como las de algunos deportistas de alto rendimiento e intelectuales
muy destacados que ellos suelen adoptar como
mascotas. Si así fueron siempre y así continúan
siendo, ¿por qué entonces tendríamos que otorgarle una connotación especial al modo nepotista
en que se reparten hoy las jerarquías?
Y por si fuera poco, se toman cínicamente el derecho de dictaminar quiénes tipifican, entre sus
siervos, la corrupción administrativa que está
hundiendo a Cuba. ¿Acaso es verificable aquí un
mayor caso de corrupción que aquel que produjo
la quiebra de las estructuras económicas de la nación por haber supeditado todas sus bases, todas
sus acciones y proyecciones a un simple trazado
político, o a dislates dictatoriales esgrimidos bajo
el disfraz de un trazado político?
Aquellos polvos nos trajeron estos fangos,y no
hace falta siquiera una inteligencia media para
comprenderlo. Mientras que en otros sistemas la
corrupción suele actuar como excrecencia, aquí
es orgánica, sustituye al trabajo y a su agente natural, la eficacia económica, por la sencilla razón
de que el trabajo ha perdido su función primigenia
como productor de bienes, sea para el individuo o
para el grupo, y se ha convertido en paradójica
causa de todas las pérdidas.
Esa manera tan sórdida de banalizar la corrupción, de hacer del acto corrupto una suerte de lucecita al final del túnel, sin alternativas, ya que es
clave para la sobrevivencia, es el legado que los
cubanos pobres reciben hoy de la revolución. Vistas así las cosas, y es así como son, resulta erróneo
guiarse por el número de funcionarios, administradores y aun de ministros que son sustituidos
para concluir que en la actualidad este gobierno
está librando una exitosa campaña contra la corrupción. No existe otro modo de avanzar más o
menos convincentemente en el control de las
prácticas corruptas -que ya forman parte de nuestra idiosincrasia, de nuestras nuevas tradiciones,
sino partiendo de un cambio radical en las estructuras políticas y en el sistema de dirección de la
economía. El resto es montaje para los ingenuos.
Tenía que ser negro
Por lo demás, el modo en que ha sido expuesto
públicamente el caso del subdirector económico
de Servicios Comunales en La Habana Vieja,
pone otra vez de manifiesto cómo, al igual que en
tiempos de la colonia, la oligarquía dominante no
sólo somete a las masas a través de métodos represivos, sino también las manipula actuando sutilmente sobre su conciencia y aun sobre su inconsciente.
Por eso no nos queda otra alternativa que la suspicacia al constatar que este sujeto, presentado de
pronto como modelo de corrupción administrativa, se proyecta además ante la cámara como un
sinvergüenza y desclasado, sin pizca de pudor o
de amor propio. “Tenía que ser negro”, dicen muchos al verlo, con lo cual no sólo queda redondeada la fábula ideológica de la superioridad de
las castas hegemónicas (blancas y distinguidas),
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