que permitieron la riqueza y el poder de las elites
o del Estado. El azúcar que sostuvo las fortunas
de las grandes familias de la sacarocracia cubana
es la misma de donde se pudo extraer la materia
prima para la producción de raspaduras, que posibilitaron el intercambio entre los afrodescendientes y de estos con los colonos libres que
comenzaron a degustar los platos del menú étnico. Surgió así el mal llamado mercado negro,
que no es otra cosa que el mercado étnico en la
periferia del mercado global.
El mercado étnico es periférico y limitado. No
permite acumulación ni genera la suficiente capacidad de ahorro para invertir en mejoras técnicas
y producir raspaduras a una escala más o menos
industrial que posibilite su participación en el
mercado. Hay un mercado para la raspadura, pero
no hay un mercado de la raspadura. Lo que perfila
una característica esencial del mercado étnico en
Cuba: su marginalidad y pobreza técnica.
Se conforma así la condición económica de los
afrodescendientes en Cuba: vivir entre la economía étnica de la subsistencia y el mercado étnico
de la marginalidad. Hay una doble pared económica contra la que han rebotado tradicionalmente
los afrodescendientes: reproducir sus fuerzas con
el fin de reproducir el excedente que sostiene a las
elites o al Estado y medrar en los intersticios del
mercado para generar un beneficio sin rentabilidad que permita imitar, que no entrar, a las elites
en su modo de vida.
La economía o el mercado étnico en Cuba son reflejos de las insuficiencias del modelo extractivo
para propiciar el desarrollo. Si el mercado étnico
es siempre marginal respecto de los flujos de la
economía de mercado, no es necesariamente sinónimo de subdesarrollo social, tecnológico o de los
niveles de bienestar general.
En Cuba la economía o mercado étnico sí supone
subdesarrollo en todas las dimensiones: crecimiento, creación de bienestar, avance tecnológico
e innovación, incremento del mercado, modernización y urbanización. Aquí la supervivencia de
las elites ha dependido siempre de la reproducción de su modelo extractivo.
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Del modelo extractivo de las ricas haciendas transitamos —en transición que fue incompleta— al
modelo inclusivo de las ciudades, divididas en
clase alta, clase media y barrios obreros de arquitectura y diseño estético del espacio.
Los mercados de Carlos III, el famoso Mercado
Único, el Mercado de Marianao, Sears y los famosos Ten Cents reflejan y concentran el mercado abierto, inclusivo y participativo donde
todos compran y al cual se accede desde los específicos poderes adquisitivos, independientemente
del origen. El dinero y la igualdad de acceso igualan a los ciudadanos en este mercado, y si bien la
cuna define las fortunas ―la pobreza es un duro
dato moderno― los rasgos étnicos no deciden el
acceso a la redistribución económica del mercado.
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