Identidades Numero 3, Septiembre 2014 | Page 98

pasando por la producción industrial, la transportación, las finanzas y las más diversas ingenierías. Su lectura ha producido la conmoción que motiva este escrito. Maylan Álvarez Rodríguez es la autora de La callada molienda y divide el libro en dos capítulos y un anexo. En la segunda parte del libro se encuentran los testimonios referidos, principalmente de ancianos que midieron su vida por zafras y no por años; cuyos días no estaban compuestos de horas, sino de jornadas con comienzo y final medidos por el pito del central. Maylan Álvarez tiene cuatro porqués para realizar esta empresa; el tercero enunciado en su introducción, reza: “A mi alrededor, demasiada incomprensión, dolor, nostalgia y alcoholismo, desempleo, juegos ilegales, y una generación como la mía y las venideras bien lejos del trabajo que forja al hombre, lejos del campo, lejos del azúcar, que es decir Cuba pero de otra manera: más hacia la raíz”. Los que somos de las ciudades no sabemos qué es un pueblo de campo. Si la identidad urbana es difícil de definir, es por un intenso proceso de mezclas en que perdemos las referencias originarias de su conformación. No pasa así en los pueblos, a menudo aparecidos en torno a prácticas específicas. Fuera de las ciudades, un puerto, un río, un ingenio, un cruce de caminos, determinan el surgimiento de una población y sus hábitos. En ellos la propiedad no es lo que se obtiene por medio de pago en un mercado, sino lo que determina la pericia que otorgan siglos de trabajo en una misma función. En el modo de sembrar o cortar la caña de un campesino están impresas las vivencias de s u padre y las esperanzas que porta para su hijo. El trabajo está demasiado enraizado en una cosmovisión a la que no es posible poner punto final de un día para otro sin graves consecuencias. Lo conmovedor del libro de Maylan Álvarez es que muestra no solo que en nuestro país se implementó diez años atrás, a gran escala, una destruc- 98 ción semejante, sino que lo hace a través del testimonio de sus principales víctimas, por medio de su dolor y su desesperanza. Es importante saberlo para entender algunas de las razones por las que Maylan Álvarez habla de alcoholismo y desempleo, de dolor y de lejanía a propósito del cierre de tantos centrales. También pudo haber hablado de muerte, pero esto lo dicen sus entrevistados:  Manuel Eleuterio Fuentes Torres: “Cuando el cierre del central, Gilberto Hernández, un gran amigo mío, se deprimió mucho y eso lo llevó al suicidio. Él fue mi compañero de trabajo por 28 años (…) se ahorcó en el taller. Un 13 de mayo, que más nunca se me olvida, porque es el día del cumpleaños de su mamá. Fui por la mañana al taller y cuando abro la puerta me encuentro aquello”  Reynaldo Castro Yedra: “Con la desaparición de los centrales y casi la totalidad de la caña, mucha gente ha envejecido antes de tiempo. Yo diría que hay gente que podría haber vivido cuatro o cinco años más y han fallecido porque eran cañeros de toda una vida, azucareros”  Alberto Perret Ballester: “Eso fue una cosa mortal. (…) Donde antes había un ingenio hoy es un tiempo muerto perenne, ya no hay resurrección posible. Esto del cierre ha afectado profundamente a la gente (…) Toda la supervivencia dependía de eso. Se han quedado como un batey más. Y tiene que haber afectado sobre todo a las personas más mayores”  Víctor Hernández Baró: “En definitiva ya aquí no hay vida. ¡Ah!, y aquí estamos bien porque el batey está cerca del pueblo, a menos de un kilómetro del pueblo, y con to’ eso aquí no hay vida. Aquí no hay vida pa nadie”  María Laura Martín Rodríguez: “Muchos azucareros, lo sé por el testimonio de los que aún viven en esos lugares, enfermaron y murieron por estados depresivos, por estados de desolación, del golpe mortal a su amor por la azúcar”