dista mucho también de la embele dumba de las
cartillas africanas, un objeto ritual. ¿Por qué?
Pues porque una hoja con una gasa parece, a escala, uno de esos instrumentos ninjas tan letales
en el cuerpo a cuerpo.
A veces la calle materializa las palabras que describen purgaciones de orden mágico, en el sentido
de que mentando la tijera, aquella matrona hogareña y cocinera, se mienta también el remedio que
corta la mala influencia, el mal comportamiento.
A veces es cierto que la materialización niega
toda lógica espiritual sobre un objeto. Y niega al
objeto mismo. Y son verdad los ataques a tijera.
Y son verdad la ignorancia sobre esa mística que
sostiene las relaciones mundanas.
Conciliamos una herradura como arma blanca,
cuyo dueño la nombraba colmillo de jabalí. Parece que por la forma en que era usada, desde
abajo, como documentalmente se defiende el mamífero en la televisión. También hubo un asesino
suelto, en la Cuba de hace pocos años atrás, que
degollaba con una hoz. El tipo andaba con una
hoz matando y violando mujeres por ahí.
Y la cuestión del arma blanca se complica en la
actualidad. El adagio de que tierra ajena se respeta, una enseñanza de tiempo andilanga, empieza a correr como pólvora en tiempos de peligro. Y con esa enseñanza, y limpios de polvo y
paja, o sea, desarmados de portar herramientas
que se volverían contra nosotros —yerro—, trascendemos la alfombra desencantada de la utopía,
buscando el palio del derecho y la autogestión en
un patio solariego y blasonado.
Hoy ya no hablamos del valor que ensueña, como
efrit de botella, tocar, acariciar un arma. Hoy se
usa: la decencia; ser mejores, para una Cuba mejor. Cuba no debe ser lo que no es: un campamento. Mucho menos una granja con régimen de
presidio. Aunque los intransigentes cierren filas y
les convenga que haya violencia de las peores entre nosotros, para así justificar su rudeza legal, su
mano de hierro, su ilimitada operatividad, su volantinería detrás de la postura. Su ejercicio fiscal.
Porque son enfermos a ese trato. Así gobiernan.
Basados en el miedo.
El asunto es delicado en tiempos de violencia.
Ahora las chapas de cerveza, después de la película Conducta (2014), con su riqui riqui, se usan
como arma blanca. La imaginación las pone a dar
tajasos que sueltan chispas y arañazos de córnea.
Y hasta se va a la línea del tren a escacharlas. Y
burlan los controles en los bolsillos como monedas o piezas de un instrumento musical. Remedan
las monedas afiladas que se usaron también, con
el rebaje (desgaste) de su lomo grueso. Y sumamos punzones, leznas de zapatero, navajas barberas, ese útil de fígaro.
El inventario es inmenso. Sevillanas traídas por
los gaitos, seguro. Despectivo de gallego, o de andaluces, que no son lo mismo. Estiletes semejantes a los que describe Bukowski. Bisturíes de uso
femenino en monederos. Gillettes de un solo filo,
muy buenas y eficientes para sacar punta y rebajar
callos. Y solijas, bayonetas. Y aunque extraño, en
el Dedeté, esa publicación de humor cubano, su
primera plana tiene un logo de humor con filo que
es, nada más y nada menos, que una cuchilla de
afeitar. Un anuncio de la Asociación Hermanos
Saíz, la de los jóvenes de la cultura, nos presenta
una chiringuita (pequeño papalote) con cuchillas
en el rabo. Una publicación de Raza y Racismo,
que ostenta en la contraportada una embele sasi,
remata su portada con otro papalote con cuchilla.
Un poema nos ayuda a entender.
¿Cómo se llamaban las armas blancas?
Collín, quimbo, al machete viejo.
Verduguillo, a la navaja vieja.
Desgastados.
Estos machetes a veces tamizan el fondo
de los ríos de poco caudal, cuando son
desechados.
Los verduguillos todavía se usan en prácticas
religiosas.
Recordemos que las armas blancas tienen muchos
nombres. Del que anda con una se dice que va ensillado. El matavaca es un cuchillón impetuoso,
semejante al matembe de los congos, de hoja ancha. Están los cuchillos de cocina, de