convivencia pasa por reinventar a los ciudadanos,
buscando animar su protagonismo político,
muerto en Cuba hace más de 60 años, para entonces reinventar la nación desde sus fundamentos.
Es sumamente alentador que una miríada de proyectos en Cuba asumen al ciudadano como telos
cívico y político, y no histórico. Esto último es un
inmenso progreso en términos de modernidad.
Cuando el hombre singular se mide con la historia
crea auténticos desastres, como cuando se mide
con Dios. Si cuaja esta idea habríamos adelantado
un amplio trecho en el camino de legitimación,
luego de fundamentada una nueva legitimidad.
La participación es en calidad de ciudadanos. No
implica compromiso político específico. Sin pensamiento de contraste no hay convivencia, pero
sin reinventar al ciudadano no existe tampoco su
posibilidad. E interesa más y primero que los ciudadanos sean quienes definan el futuro antes que
organizaciones o grupos de interés. Siempre tenemos tendencia a corporativizar el Estado a la primera somnolencia ciudadana. Empezar por aquí
es estratégico para Cuba, también para el presente. Entonces abrir, ampliar y fortalecer este
primer círculo de legitimación con cubanos ilustrados e ilustres es un primer paso necesario del
que depend e el segundo círculo de legitimación
estratégico: convocar al ejercicio de la ciudadanía
ilustrada.
Entre uno y otro círculo, ¿cómo se articula la convivencia? Ajustando una red de inteligencia estratégica que suministre ideas, información y valores a un banco común de propuestas y alimente
las prácticas deliberativas de la democracia en sociedades plurales. Junto a la ciudadanía ilustrada,
la democracia deliberativa es la mejor garantía de
la convivencia cívica y política, que podrían impactar y estimular la convivencia cultural como
fundamento de la nación. El acuerdo cívico y político entre diferentes puede neutralizar los conflictos fundamentalistas sobre valores y visiones
del mundo.
Para ello es importante desterrar la idea de un
grupo específico y cerrado definiendo y decidiendo el rumbo de la nación, tal y como parece
70
estarse fraguando ahora en una versión más o menos light del viejo tipo de alianza histórica entre
la espada (los militares) y la cruz (la iglesia). Fragua política y alianza contrarreformista, letales en
sociedades altamente complejas, plurales y diversificadas como la cubana.
Por eso es claro que el éxito de un proyecto de
convivencia depende de que la gente participe
más como ciudadano que como grupo político específico. En época de refundación, lo mejor parece ser reconstruir la legitimidad sin mediaciones entre las instituciones futuras y el proyecto de
sociedad y de Estado. Las mediaciones son inevitables, pero no deben ser confundidas con la
fuente última de legitimidad: el ciudadano.
La gran convivencia debe lograr, casi al mismo
tiempo, la compatibilidad estructural entre tres dimensiones: la política, relacionada con la coyuntura, la naturaleza del poder, el lugar de los ciudadanos, el modelo y la mejor estrategia de Estado; la cultural, vinculada a los factores culturales de la nación, los modelos educativos, los paradigmas y el manejo de la pluralidad y diversidad de Cuba y la tecnocrática, ligada tanto a la
economía, que por supuesto implica también valores, como a las demás ramas más o menos neutrales, pero imprescindibles, para una sociedad
moderna: desde la ecología, pasando por la comunicación hasta la organización de la policía.
Entonces, si los cubanos asumimos e incorporamos el telos que implica la gran convivencia, habremos logrado no resolver todos los problemas
del país, pero sí sintonizar el modelo institucional
de la nación con sus fundamentos culturales.
Semejante empresa merece todos nuestros esfuerzos.
* Panel: Cuba: la memoria de la democracia. El
gobierno cubano impidió la asistencia del autor al
Congreso. Su ponencia fue leída por Juan Antonio Alvarado.
.