Pese a la religiosidad popular, no hay un mínimo
de comunicabilidad cultural entre babalawos y
curas en Cuba. Menos entre aquellos y las pastores protestantes. Se podría pensar que es un
asunto de interés puramente religioso; sin embargo, tiene que ver también con las posibilidades
de nuestra cultura cívica y con su conclusión en
el ámbito estrictamente político.
Las dificultades de este proceso no tienen solución sencilla. Solo pueden resolverse en el tiempo
extenso de la historia e intenso de la cultura. Pero
su interconexión fue truncada por la preeminencia
del mesianismo político, que nos viene de Alemania y fue actualizado en la segunda mitad del siglo
XX por el marxismo-leninismo. No puede olvidarse que este mesianismo trató de barrer con todos los fundamentos culturales de la nación cubana. Que en su impotencia como demoledora
cultural intente seguir dominando, tiene que ver
más con las zonas mezquinas del poder que con
una cosmovisión consistente de Cuba, del mundo
y de la sociedad.
La gran convivencia es justamente el intento de
lograr este doble proceso: la convivencia en el nivel de la pluralidad cultural, que es el nivel más
profundo, expresada con mejor nitidez en la diversidad religiosa y en la mentalidad tradicionalmente posmoderna de amplios segmentos sociológicos, y la convivencia en el nivel cívico-político, que es el ámbito de la pluralidad ideológica,
política y de la naturaleza consustancial del Estado con esa doble pluralidad.
¿Cómo llegar a esta gran convivencia? ¿Desde
qué premisas partir? Se puede empezar desde el
segundo hacia el primer nivel de convivencia.
Convocar a todas las sensibilidades políticas e
ideológicas es un primer paso hacia esa gran convivencia.
Todo, junto a la convocatoria del segmento ilustrado de cubanos dispuestos a poner su saber y
experiencia en torno a este proyecto común. Esto
es algo más y mejor que un proyecto ideológico,
que intenta una aproximación política desde toda
la nación.
Hoy existen condiciones para este potenciar este
nivel. Primero que todo se va desvaneciendo la
visión casi revolucionaria, en el sentido cubano,
de que la democracia en Cuba llegaría con la inmediatez de la sopa instantánea Campbell, lo que
no favorecía un tipo de aproximación más sopesada y que apelara a la inteligencia como premisa
de un proyecto global y estratégico.
La segunda premisa es más evidente aún: se requería algo que ya existe, un tipo de maduración
de la crisis como la actual, para conseguir que
gente que se identifica con el concepto de revolución o que son militantes del partido comunista,
pero con una visión crítica, se convenciera de que
deben caminar al lado de otras visiones políticas
e ideológicas para imaginar un proyecto de nación fundado en la convivencia. Ya se van logrando posturas interesantes en un punto intermedio de la nomenclatura, que es importante para
filtrar dentro de las instituciones la idea de la pluralidad y la tolerancia, precondiciones de la convivencia. Y lograr esto es básico para reorientar
la democratización como un proyecto y necesidad
nacionales, para que deje de ser vista como un
proyecto meramente ideológico de unos grupos y
sectores, por demás “aliados” de potencias extranjeras.
La tercera premisa tiene que ver con la maduración del pensamiento que, interesantemente,
coincide con la maduración de la crisis. La cantidad y calidad de pensamiento cubano que corre
por las redes, pero que no se canaliza en una dirección productiva en términos de proyecto común, es inmensa. Lo fundamental: es, en muchos
casos, el pensamiento estratégico, esto es: un pensamiento de fundamentos dirigido a la satisfacción de soluciones globales y estructurales, con
capacidad para asimilar las crisis coyunturales o
sectoriales. Un pensamiento más allá del estómago y que involucra los valores.
Esto es esencial: la refundación de Cuba desde la
convivencia debe ser de tipo ilustrado. La maduración de la crisis y del pensamiento ofrece una
oportunidad única para plantear el cambio como
refundación. Pocas veces la crisis de una nación
expone con nitidez la desnudez de sus bases y sus
columnas como en el caso de la cubana.
Se trata de una convocatoria al pensamiento, pero
a condición de comportarnos como ciudadanos.
La posibilidad de enraizar la idea y el proyecto de
69