esta debe ser protegida por la ley de un modo eficaz para debilitar la tentación de destruir la dignidad, siempre presente en el ejercicio del poder, y
para castigar cualquier transgresión de los derechos a través de la ley.
Muchos ciudadanos comienzan así a enfocar su
relación con el Estado y con el poder a partir de
la noción de ciudadanía y de su fuerza de legitimidad para determinar el poder del Estado y de
las autoridades.
En otra dirección, se ha fortalecido el intercambio
entre las organizaciones de la sociedad civil. Con
Consenso Constitucional se va logrando que las
diferentes organizaciones entiendan que avanzar
en nuestras opciones pasa por la desfragmentación de la sociedad civil, por la cooperación entre
todos y por la posibilidad de encontrar puntos de
contacto y de acuerdos que nos permitan avanzar
a todos.
El impacto que esto tiene para las posibilidades
del necesario cambio democrático es mental e intelectualmente visible. Se comienza a superar la
estricta visión corporativa que han desarrollado
muchas organizaciones de la sociedad civil. Esta
visión hace difícil a veces compartir la idea de
que, llegados a cierto punto de madurez, la suerte
futura depende primordialmente de empujar,
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junto al resto, un proyecto común en el que se beneficiarían individualmente como grupos. En este
sentido, podemos parafrasear el aforismo del pensador anglo-holandés Bernard de Mandeville en
La Fábula de las Abejas: solo se pueden satisfacer los vicios privados cuando se ejercen y comparten las virtudes públicas.
Consenso Constitucional trabaja también sobre
una base psicológica fundamental, que tiene que
ver con la posibilidad de cambios raigales. Los
cubanos en general necesitamos aprender la importancia de trabajar en el mediano y largo plazos.
Necesitamos darnos cuenta de que, tanto en la
vida personal como social y política, lo que podamos lograr depende de una serie acumulada de actos sistemáticos, siempre racionales. Insistir en
este punto es crucial para alcanzar cambios perdurables en materia legal y constitucional.
A fin de cuentas, el problema de las leyes es un
problema de la cultura. La Constitución de 1940
no murió por un golpe de Estado.
Murió porque las defensas inmunológicas de la
cultura del Derecho estaban seriamente deprimidas.