venida ya desde los ochenta, que había sido iconoclasta con la tradición que antecedía inmediatamente y había desarrollado sobre la base de estos temas un importante labor en el decenio de los
setenta, con Manuel Mendive o los adheridos al
Grupo Antillano, en confesión del carácter dramático de un asunto crucial todavía no disuelto en
el “ajiaco” nacional.
La inclusión, una vez más, de la obra de René
Peña permitía destacar una de sus vertientes discursivas evadida persistentemente por la crítica y
por los curadores más notables. Desde 1993 la
obra de René Peña se ha ocupado de este tópico.
En sus series fotográficas Muñeca mía, sus muestras Dakota Blue, Rituales y Autorretratos, y en
piezas individuales como Exile, El collar y otras
más recientes, como la serie Anulaciones, Peña
acude a la fragmentación de su propio cuerpo, totalidad descompuesta en partes que, paradójicamente, son más difíciles de asumir que el todo por
la preponderancia enfática que cobran esos fragmentos.
La mayoría de los investigadores sobre el tema
del racismo hacia la raza negra coinciden en que
el mayor ataque se hace enfocándolo desde el
punto de vista del sexo. Se ha creado el estereotipo de la potencia sexual del negro, de asumir al
negro como símbolo de sensualidad, como paradigma de virilidad y pensar en estos criterios
como virtud es una operación totalmente engañosa. En el fondo se está pensando en el negro
como semental, como bestia, y si no es por la longitud del pene, será por el vigor sexual que al
blanco desazona.
He aquí donde finalmente se reproducen los prejuicios y conflictos raciales, y se alienta el temor
al negro por vía de la sexualidad, cuando no el
ataque por su lascivia, morbo y apetito sexual desenfrenado.
Es en este espacio donde la serie fotográfica Muñeca mía centra su atención. Aquí puede apreciarse un énfasis en el carácter socializado del
cuerpo.
El artista selecciona, como objeto definitorio de
su discurso, una muñeca blanca con la cual establece una serie de relaciones eróticas que, desde
un nivel de connotaciones, pueden considerarse
expresión de una sicología de grupo por la relación —no únicamente de contraste de valores—
entre el cuerpo negro y la muñeca blanca, aludiendo a una relación interracial de carácter social.
Además, artistas como Juan Carlos Alom, Manuel Arenas, Andrés Montalbán, Douglas Pérez,
Gertrudis Rivalta, Elio Rodríguez, Lázaro Saavedra, José Ángel Toirac y Alexis Esquivel tienen
como rasgo común muy importante que no trabajaran estas temáticas de manera unívoca, sino que
son parte destacable de cierta área de sus producciones o un aspecto más dentro de la multiplicidad de temas abordados. La coronación de
Oshun, de José Ángel Toirac, es quizás la única
obra de la exposición visiblemente relacionada
con los aspectos religiosos, pero solo con la intención manifiesta de desmantelar la violencia de las
acciones políticas que se ocultan detrás de algunos gestos “sagrados”, sin regodearse en la descripción de las tradiciones. Es por esto que la exposición no incluyó algunos artistas notables cuyas obras parecían estar más dirigidas en otro sentido.
Una multiplicidad de asuntos son contactados en
Queloides: los estereotipos sexuales en la obra de
Elio Rodríguez; el papel de la familia en la conformación de la identidad racial en las obras de
Carlos Alom, Gertrudis Rivalta y Andrés Montalván; el cuerpo como espacio geográfico donde
acontecen los conflictos raciales en René Peña y
Montalván; las concepciones racistas disueltas en
la psicología social y el humor popular en Douglas Pérez y Lázaro Saavedra; las formas no visibles y explícitas de segregación en las obra de
Manuel Arenas y Alexis Esquivel.
La exposición no tuvo resonancia importante en
el panorama artístico hasta un año después,
cuando la revista Arte Cubano decidió publicar
una parte de la ponencia original Ni músicos, Ni
deportistas.
Sin embargo, tuvo un discreto eco en la prensa
tanto dentro como fuera de Cuba, dejando leer
cada uno los adjetivos de su preferencia en juego
más político que de comprensión artística.
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