El futuro plantea muchos retos para superar las
divisiones superfluas, y cada vez con menos sentido, entre revolucionarios y los que no lo son, que
han sido los polos de una contradicción fabricada
e impuesta en el centro de la vida nacional. Contradicción que, por no esencial, no ha generado
absolutamente nada bueno en el devenir nacional
del último medio siglo.
Los grupos desfavorecidos por prejuicios raciales
o preferencias sexuales en particular, además de
los retos anteriores, deben incluir y desarrollar acciones afirmativas desde ya en el trazado de sus
estrategias a mediano y largo plazo, en pos de su
inserción como iguales en la necesaria unidad nacional de lo diverso, que garantice la igualdad de
oportunidades para todos los ciudadanos en el
desarrollo pleno de su personalidad y la búsqueda
de la felicidad, como cada quien la entienda y con
el solo límite de no obstaculizar el derecho y la
felicidad ajenas.
La cercanía que muchos intuyen de los cambios
realmente necesarios en Cuba obliga a pensar en
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los que quedaron atrás, en los que murieron con
la esperanza de ver y quizás disfrutar de un mejor
lugar para vivir en nuestra isla o en otras tierras,
huyendo de la pesadilla que la dinastía totalitaria
de los Castro ha hecho vivir a la últimas generaciones.
¿Cuántos cubanos desaparecidos o fallecidos en
intentos de salidas ilegales del país habrán tenido,
como motivación más profunda para huir la persecución, la marginación y hasta el maltrato físico
y síquico por sus preferencias sexuales? ¿Cuántos
fallecidos bajo custodia han sido miembros de la
comunidad gay y sus muertes se relacionan con el
maltrato, el abandono o hasta el mismo asesinato
por su condición diferente?
Nunca sabremos la cifra exacta ni será posible hacer listas en que se agrupen por sus diferenciantes, pero ello no es óbice para que desde ahora se
piense en recordarlos como símbolos perdurables
que impidan olvidar las injusticias de haberlos ignorado o marginado.