Entre calesero y cimarrones anda el juego
clase y género en Cuba y el mundo
Juan Antonio Madrazo Luna
Coordinador nacional del Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR)
La Habana, Cuba
E
l racismo lingüístico y la construcción de
estereotipos ocupan un lugar privilegiado
en el imaginario social, porque el propio
sistema curricular no dispone de herramientas
preventivas y los docentes no están preparados
para enfrentar las tensiones que se generan.
Mi vecina, una mulata que todos los días intenta
pasar por blanca hasta que la descubran, no deja
de recordarle a Secundino, miembro de una extensa familia negra apodada “Los muchos”, que
“gracias a la Revolución, hoy ellos son persona".
Tatiana es una joven negra descendiente de haitianos que opina: “Con los negros la vida es más
sabrosa, pero con los blancos es más fácil. Al negro cubano le gusta la pobreza; el blanco, cuando
la cosa se le pone dura, coge y se va”.
Katia es una joven rubia de 24 años, con rasgos
caucásicos muy acentuados, y afirma que “los cubanos somos extremadamente racistas: cuántas
veces no me han dicho, blanca sucia, puerca, petrolera porque me gusta “la pinta”, pues mis mejores amigos son niches. He recibido insultos de
los propios mulatos, pues no hay peor cuña que la
del mismo palo. Para mi familia “la necesidad
hace parir hijos mulatos”, por lo cual soy la oveja
negra, la única de las hembras en haber “manchado el expediente”.
Testimonios como estos indican el estado saludable en que se encuentra la historia oral del racismo
como fuente viva. Entre el grito y el silencio, el
racismo tiene muy buen ritmo cardiaco; no solo
es parte de nuestra mala educación sentimental,
sino también segmento de nuestro linaje cultural,
que tiene etiqueta propia porque no deja de alojarse en los inventarios públicos y privados de la
nación.
El racismo no recibe sus golpes de efecto pues la
Revolución que tanto defendieran los poetas cubanos Nicolás Guillen y Marcelino Arozarena, así
como el poeta haitiano con varios exilios a cuesta,
René Depestre, desactivó la lucha frontal en nombre de preservar la unidad nacional. La lucha
frontal contra el racismo es una alarma desactivada y el régimen es incapaz de neutralizar el estado de peligrosidad del racismo.
Denunciar el racismo es una verdad que castiga y
de eso pudieran hablar algunos de los intelectuales orgánicos que tienen la privilegiada categoría
de leales maltratados. Racismo dinámico, siempre en expansión y asumiendo nuevas máscaras.
Bajo el rótulo de preservar la ficticia unidad nacional, el núcleo más duro de la inquisición revolucionaria continúa aplazando la posibilidad de
que la problemática racial reciba una licencia que
le permita circular libremente en la esfera pública.
El discurso del mestizaje es una máscara de doble
filo, que ha disimulado las emociones del racismo. El discurso del mestizaje es una meca. El
discurso del mestizaje es un mecanismo de doble
filo, que en nombre de un sujeto nacional homogéneo silencia, discrimina y excluye culturalmente el cuerpo diferenciado de lo negro. La censura sobre el tema se impuso como una medida de
seguridad nacional. También se continúa utilizando la filosofía del color cubano, pregonada por
Nicolás Guillen, para neutralizar la militancia racial.
Mientras los negros cubanos se sienten con la esperanza exprimida, el discurso político no deja de
ser una fe cínica, exportable siempre en la voz de
una servidumbre revolucionaria de leales maltratados entre los cuales no faltan los poetas Nancy
Morejón y Miguel Barnet, el economista Esteban
Morales y los periodistas Serafín Quiñones y Pedro con la Hoz. Los negros y mestizos prosiguieron bordeando el peligroso abismo de la fragmentación social. Quienes estaban comprometidos
con el empoderamiento económico y político de
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