Identidades Numero 3, Septiembre 2014 | Page 11

Entre calesero y cimarrones anda el juego clase y género en Cuba y el mundo Juan Antonio Madrazo Luna Coordinador nacional del Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR) La Habana, Cuba E l racismo lingüístico y la construcción de estereotipos ocupan un lugar privilegiado en el imaginario social, porque el propio sistema curricular no dispone de herramientas preventivas y los docentes no están preparados para enfrentar las tensiones que se generan. Mi vecina, una mulata que todos los días intenta pasar por blanca hasta que la descubran, no deja de recordarle a Secundino, miembro de una extensa familia negra apodada “Los muchos”, que “gracias a la Revolución, hoy ellos son persona". Tatiana es una joven negra descendiente de haitianos que opina: “Con los negros la vida es más sabrosa, pero con los blancos es más fácil. Al negro cubano le gusta la pobreza; el blanco, cuando la cosa se le pone dura, coge y se va”. Katia es una joven rubia de 24 años, con rasgos caucásicos muy acentuados, y afirma que “los cubanos somos extremadamente racistas: cuántas veces no me han dicho, blanca sucia, puerca, petrolera porque me gusta “la pinta”, pues mis mejores amigos son niches. He recibido insultos de los propios mulatos, pues no hay peor cuña que la del mismo palo. Para mi familia “la necesidad hace parir hijos mulatos”, por lo cual soy la oveja negra, la única de las hembras en haber “manchado el expediente”. Testimonios como estos indican el estado saludable en que se encuentra la historia oral del racismo como fuente viva. Entre el grito y el silencio, el racismo tiene muy buen ritmo cardiaco; no solo es parte de nuestra mala educación sentimental, sino también segmento de nuestro linaje cultural, que tiene etiqueta propia porque no deja de alojarse en los inventarios públicos y privados de la nación. El racismo no recibe sus golpes de efecto pues la Revolución que tanto defendieran los poetas cubanos Nicolás Guillen y Marcelino Arozarena, así como el poeta haitiano con varios exilios a cuesta, René Depestre, desactivó la lucha frontal en nombre de preservar la unidad nacional. La lucha frontal contra el racismo es una alarma desactivada y el régimen es incapaz de neutralizar el estado de peligrosidad del racismo. Denunciar el racismo es una verdad que castiga y de eso pudieran hablar algunos de los intelectuales orgánicos que tienen la privilegiada categoría de leales maltratados. Racismo dinámico, siempre en expansión y asumiendo nuevas máscaras. Bajo el rótulo de preservar la ficticia unidad nacional, el núcleo más duro de la inquisición revolucionaria continúa aplazando la posibilidad de que la problemática racial reciba una licencia que le permita circular libremente en la esfera pública. El discurso del mestizaje es una máscara de doble filo, que ha disimulado las emociones del racismo. El discurso del mestizaje es una meca. El discurso del mestizaje es un mecanismo de doble filo, que en nombre de un sujeto nacional homogéneo silencia, discrimina y excluye culturalmente el cuerpo diferenciado de lo negro. La censura sobre el tema se impuso como una medida de seguridad nacional. También se continúa utilizando la filosofía del color cubano, pregonada por Nicolás Guillen, para neutralizar la militancia racial. Mientras los negros cubanos se sienten con la esperanza exprimida, el discurso político no deja de ser una fe cínica, exportable siempre en la voz de una servidumbre revolucionaria de leales maltratados entre los cuales no faltan los poetas Nancy Morejón y Miguel Barnet, el economista Esteban Morales y los periodistas Serafín Quiñones y Pedro con la Hoz. Los negros y mestizos prosiguieron bordeando el peligroso abismo de la fragmentación social. Quienes estaban comprometidos con el empoderamiento económico y político de 11