tico y en lo económico, como paso previo imprescindible para desestancar las problemáticas que
impiden a los negros y mestizos labrarse su propio progreso, sea como individuos o como grupo
social.
Es un hecho indiscutible (sobre el cual parecen
sostener sus postulados estos nuevos revolucionarios) que hoy resulta falaz enfrentar el racismo
con todas sus consecuencias si no se hace desde
la democratización profunda de la sociedad, a través de formas y modelos de participación política
con los cuales cada persona constate en la práctica
que puede incidir directamente en los asuntos que
le preocupan. A la vuelta de estancamientos seculares en su desarrollo socioeconómico, donde se
han visto obligados a la aceptación y aun a la defensa de presupuestos que les impuso la hegemonía blanca con sus resabios de poder absoluto y
excluyente, a los negros y mestizos de nuestro
país les costaría un gran esfuerzo confiar en quienes proponen una nueva manera de buscar soluciones. Pero también es un hecho, constatable a
diario, que los miembros de la oposición política
y pacífica en Cuba no exponen hoy sus fundamentos desde el clásico discurso político (que ni
siquiera les permiten airear públicamente), sino
desde la plena convicción y además, jugándose el
pellejo.
No en balde abundan entre ellos los líderes negros
y mestizos, en proporciones igualmente inéditas
dentro de la historia de nuestros movimientos nacionales de liberación.
Tampoco es gratuito su interés (relevante, aunque
no suficientemente valorado por los analistas) por
reivindicar el derecho de los afrodescendientes al
orgullo propio y al reconocimiento público,
siendo éste un grupo humano que fue siempre
marginado, humillado, relegado, y cuyas peculiaridades continúan siendo diluidas entre la generalidad de otros grupos, como parte de una manipuladora estrategia de dominio político que sostuvo
el régimen fidelista desde sus primeros días.
Hoy son los mismos negros y mestizos, y no patriarcas blancos en el papel de dioses benevolentes, quienes se han propuesto levantarles los ánimos y la moral a los de su grupo socio-racial, a la
vez que intentan abrirle los ojos a una gran porción de compatriotas blancos y negros, engañados
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y adormecidos por la dictadura revolucionaria durante varias décadas, razón por la que, además de
sufrir las prácticas de manipuleo y explotación
que esa dictadura no se ocupó de erradicar, son
víctimas de su discurso hipócrita, que incurre en
la imposición a la fuerza de un conservadurismo
muy egoísta y empobrecedor, que además insiste
en ocultar la discriminación, los privilegios clasistas, el desdén y el abuso.
En general, sean blancos o negros, los opositores
pacíficos al régimen no han perdido una sola ocasión para señalar los prejuicios y actitudes discriminatorias entre las trabas que impiden hoy nuestro avance no digamos ya hacia la modernidad,
sino hacia el simple civismo. Y se sabe que entre
esas actitudes, el racismo y las opiniones recelosas de blancos contra negros y de negros contra
blancos ocuparon siempre y siguen ocupando un
espacio preponderante. Junto a su vocación pacifista y a la transparencia de su comportamiento
cívico, esta conducta los hace merecedores,
cuando menos, de un voto de confianza. Han logrado un consenso sin fisuras en torno al tema,
algo bien difícil dentro de una sociedad minada
históricamente por la peste del recelo racista. Y
han demostrado, además, saber predicar con el
ejemplo, desafiando juntos, negros y blancos, la
maquinaria represiva del régimen, recibiendo las
mismas palizas, siendo víctimas de las mismas infamias, compartiendo como hermanos los tétricos
pabellones de sus cárceles, igualados por la
misma injusticia y por idénticas aspiraciones. Tal
vez no sea suficiente para que asumamos todos
sus preceptos con los ojos cerrados, pero indudablemente lo es para que salgan muy beneficiados
en cualquier tipo de comparación que se establezca, no ya con el duro talante dictatorial de Fidel Castro y sus herederos, sino incluso con la actitud de aquellos que, siendo parte de las estructuras del régimen, presumen de convencidos antirracistas, mientras mienten a conciencia al declarar que ningún cambio de liderazgo político en
Cuba podría hoy beneficiar a los negros.1
Nota:
1-Morales, Esteban, “La Revolución cubana comenzó en 1959”, La Jiribilla, No. 621, 30 de
marzo - 5 de abril de 2013.