centrales en 2002 fue uno de sus eventos culminantes. Raúl M. Castro Ruz y la nueva corte que
a su alrededor presume de estrategas y técnicos,
deberían pensar mejor al querer asociarnos a los
cubanos con la indolencia y la irresponsabilidad,4
toda vez que las nuevas generaciones de cubanos
tenemos bien presente la lección aprendida
cuando nuestros padres y abuelos fueron sacudidos, en apenas meses, de los sitios junto a los cuales construyeron el sentido de sus vidas.
El silencio y sus tipos
El silencio eterno de los espacios infinitos me
asusta
Blaise Pascal
Fue lúcido que Maylan Álvarez escogiera La callada molienda como título de su libro. El silencio
es condición esencial del olvido. El golpe, la fricción, el eco, la voz, los sonidos descubren siempre lo que existe, el silencio lo nubla. Es la propia
autora de La callada molienda quien primero nos
revela uno de los silencios que rodeó el cierre de
los centrales:
“Por varios años trabajé en el Sistema Informativo de la televisión cubana en Matanzas y jamás
se me orientó hacer un trabajo periodístico en
torno a la industria azucarera y en ese mismo período se estaban cerrando en la provincia la casi
totalidad de los centrales, es decir, la única fuente
de empleo de un número importantísimo de familias matanceras. Parece que era un tema tabú, intocable, orientado desde “arriba” no comentarse”.
Maylan Álvarez no es categórica. Con impecable
rigor afirma que “cada hombre o mujer que habla
desde La callada molienda nos adentra en un universo donde, a mi entender, nadie tiene la última
palabra”.
Demasiadas personas están implicadas en este
episodio que, para unos, pudo ser el evento más
dramático de sus vidas, mientras que para otros
fue el “tiro de gracia” de una ejecución que se venía realizando durante décadas. Necesaria o no,
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ambas apreciaciones están caracterizadas en el libro de Maylan Álvarez.
Aún así, el título de su libro no es La molienda
polémica ni La inescrutable molienda; es La callada molienda, es la necesidad del silencio para
moler algo, para llevar algo a otra condición. La
molienda es parte del proceso que permite, a partir de la caña, llegar al grano dulce. En la destrucción de nuestra principal industria por siglos, lo
que Maylan Álvarez destaca es la necesidad del
silencio, callando el cómo y el adónde se llega. Si
partimos de que silenciar el dolor, la miseria y la
muerte es un crimen, entonces podemos concebir
el cierre de los centrales y de tantas otras fábricas
de derivados no como la última palabra, pero sí
alguna que le consagre su falta de piedad y honor.
Pita, yo sé que usted quiere a su ingenio
y nosotros queremos nuestros ingenios,
pero tranquilo, va a ver cosas más fuertes que
esa.5
Hay otras maneras de acallar. Si la falta de noticias impide al trabajador o la trabajadora conectar
su desgracia con sus semejantes, legitimar su
desacuerdo con el grupo, hay otros modos de consagrar el silencio. Uno de ellos es el que nos hace
sentir indignos de merecer estima, a los ojos del
otro y a los nuestros. Si es esa nuestra condición,
poco importa el alcance de la noticia.
Desde sus inicios el Estado castrista buscó consagrar un principio que ha mantenido por todos estos años y que no está ausente de los documentos
emitidos a propósito del cierre de los centrales. Es
aquél que identifica a Estado, Revolución y Fidel;
para ellos reclama todos los méritos y demanda
todos los esfuerzos. El rechazo de este requerimiento convierte al individuo en un apátrida o un
contrarrevolucionario, y para aquellos que idealizaban a la trinidad descrita cualquier sacrificio
era plausible con tal de no ser ubicados en el
campo contrario. Si para el anticastrista el arma
era la violencia y su extrañamiento social, para el