Identidades Numero 3, Septiembre 2014 | Page 102

centrales en 2002 fue uno de sus eventos culminantes. Raúl M. Castro Ruz y la nueva corte que a su alrededor presume de estrategas y técnicos, deberían pensar mejor al querer asociarnos a los cubanos con la indolencia y la irresponsabilidad,4 toda vez que las nuevas generaciones de cubanos tenemos bien presente la lección aprendida cuando nuestros padres y abuelos fueron sacudidos, en apenas meses, de los sitios junto a los cuales construyeron el sentido de sus vidas. El silencio y sus tipos El silencio eterno de los espacios infinitos me asusta Blaise Pascal Fue lúcido que Maylan Álvarez escogiera La callada molienda como título de su libro. El silencio es condición esencial del olvido. El golpe, la fricción, el eco, la voz, los sonidos descubren siempre lo que existe, el silencio lo nubla. Es la propia autora de La callada molienda quien primero nos revela uno de los silencios que rodeó el cierre de los centrales: “Por varios años trabajé en el Sistema Informativo de la televisión cubana en Matanzas y jamás se me orientó hacer un trabajo periodístico en torno a la industria azucarera y en ese mismo período se estaban cerrando en la provincia la casi totalidad de los centrales, es decir, la única fuente de empleo de un número importantísimo de familias matanceras. Parece que era un tema tabú, intocable, orientado desde “arriba” no comentarse”. Maylan Álvarez no es categórica. Con impecable rigor afirma que “cada hombre o mujer que habla desde La callada molienda nos adentra en un universo donde, a mi entender, nadie tiene la última palabra”. Demasiadas personas están implicadas en este episodio que, para unos, pudo ser el evento más dramático de sus vidas, mientras que para otros fue el “tiro de gracia” de una ejecución que se venía realizando durante décadas. Necesaria o no, 102 ambas apreciaciones están caracterizadas en el libro de Maylan Álvarez. Aún así, el título de su libro no es La molienda polémica ni La inescrutable molienda; es La callada molienda, es la necesidad del silencio para moler algo, para llevar algo a otra condición. La molienda es parte del proceso que permite, a partir de la caña, llegar al grano dulce. En la destrucción de nuestra principal industria por siglos, lo que Maylan Álvarez destaca es la necesidad del silencio, callando el cómo y el adónde se llega. Si partimos de que silenciar el dolor, la miseria y la muerte es un crimen, entonces podemos concebir el cierre de los centrales y de tantas otras fábricas de derivados no como la última palabra, pero sí alguna que le consagre su falta de piedad y honor. Pita, yo sé que usted quiere a su ingenio y nosotros queremos nuestros ingenios, pero tranquilo, va a ver cosas más fuertes que esa.5 Hay otras maneras de acallar. Si la falta de noticias impide al trabajador o la trabajadora conectar su desgracia con sus semejantes, legitimar su desacuerdo con el grupo, hay otros modos de consagrar el silencio. Uno de ellos es el que nos hace sentir indignos de merecer estima, a los ojos del otro y a los nuestros. Si es esa nuestra condición, poco importa el alcance de la noticia. Desde sus inicios el Estado castrista buscó consagrar un principio que ha mantenido por todos estos años y que no está ausente de los documentos emitidos a propósito del cierre de los centrales. Es aquél que identifica a Estado, Revolución y Fidel; para ellos reclama todos los méritos y demanda todos los esfuerzos. El rechazo de este requerimiento convierte al individuo en un apátrida o un contrarrevolucionario, y para aquellos que idealizaban a la trinidad descrita cualquier sacrificio era plausible con tal de no ser ubicados en el campo contrario. Si para el anticastrista el arma era la violencia y su extrañamiento social, para el