Identidades No 5, Abril, 2015 | Page 94

espacio de debate y expresión libre. Los cultores del género y un público entusiasta y motivado dieron rienda suelta a sus inquietudes, criterios y cuestionamientos. En aquel escenario, los grupos y solistas que, con mucho esfuerzo y sus propios recursos, fueron construyendo obras sólidas y coherentes, hicieron el retrato realista y crítico de una sociedad cotizada por la ineficacia, la insensibilidad y la intolerancia de un poder que durante mucho tiempo divorció las palabras de los hechos. En un principio, las instituciones oficiales respaldaron de alguna manera el movimiento. Sin embargo, cuando el poder de convocatoria y la ascendencia social del hip hop cubano se hizo patente e incontrolable, las autoridades se preocuparon. A principios de siglo, las letras del rap cubano inundaron las redes sociales para demostrar al mundo que no todo era color de rosa en Cuba y, sobre todo, que había creadores comprometidos con la verdad y la justicia, libres de las acostumbradas tergiversaciones y manipulaciones que durante varias décadas han apuntalado la falsa legitimidad de los gobernantes cubanos. Ante la fuerza, alcance y resonancia social, la independencia del movimiento y su repercusión internacional, la reacción oficial no se hizo esperar. A la casi nula promoción, difusión y respaldo material se unió el desmontaje del festival, que obligó a los raperos a desarrollar su obra en más difíciles condiciones. La institución cultural supuestamente encargada de impulsar y facilitar el trabajo de los cultores del género, la Agencia Cubana de Rap, ha hecho muy poco para contribuir al desarrollo, crecimiento y difusión del género. Solo reciben algún espacio en los medios y escenarios quienes no resultan incómodos políticamente. Uno de los más socorridos mecanismos para afianzar el control absoluto del poder es la promoción de géneros que impulsan la enajenación y la distorsión de valores. Cuando, avanzados los años 80, los jóvenes trovadores se hicieron incómodamente incontrolables, se impulsó la timba, modalidad de la música popular bailable marcada por patrones estéticos y discursivos vulgarizantes, machistas y socialmente poco edificantes. Entrando el nuevo siglo se promovió indiscriminadamente el reggaetón, con esa agobiante carga de obscenidades, marginalidad, machismo y degradación estética como alternativa ante el avance del hip hop cual reflejo nítido y descarnado de las crudas realidades que afronta la sociedad. Los raperos no tienen temas tabúes ni evaden el abordaje directo y transparente de los temas que a todos nos preocupan, de los problemas que a todos nos agobian. La pobreza creciente y la desigualdad, la recurrente injusticia, la demagoga oficial, la marginalidad