Identidades No 5, Abril, 2015 | Page 93

sidades y anhelos de un pueblo que ya no cree en las promesas y discursos del poder, pero carece de voz y espacios para hacer valer sus derechos, críticas y propuestas. Durante la convulsa década de los noventa, un grupo de jóvenes de extracción humilde y desde la natural conexión histórica con la cultura popular norteamericana, encontraron en la cultura hip hop una vía para canalizar proyecciones estéticas y políticas como reflejo nítido de los estados de ánimo y las necesidades de los cubanos de a pie. En medio de doctrinarios y manipuladores discursos oficialistas, y de la banalidad comercialista de muchos creadores que no se atreven a estructurar su obra sobre fundamentos estéticos y expresivos coherentes y comprometidos, surgió y se fortalece un movimiento cultural para reafirmar que la música cubana tiene otra cara, oculta, profunda, siempre realista y a veces lacerante. Tal propuesta no tiene acceso a los medios y espacios comerciales de la Isla; es una vertiente que nunca veremos en las tribunas públicas de la manipulación política. El extendido movimiento del hip hop cubano, compuesto por decenas de grupos diseminados por casi todas las ciudades del país, aunque con predominio en La Habana, refleja en sus temas fundamentalmente las inquietudes, frustraciones, anhelos y búsquedas de una juventud que no ve horizontes ni alternativas de desenvolvimiento y desarrollo en un sistema con noción de bienestar y prosperidad que no rebasa los estrechos marcos del incontestable y autocomplaciente discurso oficial. Desde los rincones más humildes de nuestras ciudades, un sin número de grupos y solistas comenzaron a elaborar una nueva lírica, un discurso poético directamente conectado con nuestras más crudas realidades, con los problemas y carencias que golpean a los sujetos más vulnerables de la sociedad. Lejos de las esporádicas e hiperbólicas referencias sociológicas de algunos trovadores que saben todo y se atreven a decir poco, y sobre todo salvando la honra de la música cubana ante la insensibilidad de creadores que escapan de la realidad montados en el útil caballo de la vulgaridad, la chabacanería, el machismo y la banalidad, los raperos cubanos han demostrado en los años duros el talento y el compromiso para llamar a las cosas por su nombre Así, a mediados de la década de los noventa, desde una ciudad satélite llamada Alamar, donde se arremolinan más de cien mil cubanos de extracción humilde en horribles edificios provisionales que se quedaron para siempre en medio de una caótica urbanización, donde no se molestaron en construir drenajes fluviales ni un solo templo cristiano, y donde por mucho tiempo los militantes del partido comunista asumieron la tarea de hurgar en los estantes de los vecinos para garantizar que ningún beneficiado de la revolución conservara atributos religiosos de origen africano, comenzó a proyectarse hacia Cuba y el mundo este movimiento, que ha tenido que bregar muy duro para convertirse, desde las sombras, en un fenómeno musical, artístico, cultural y social de trascendental dimensión y alcance en la actualidad. Las agrupaciones cultoras del género rechazan las variantes banales, las fórmulas comercialistas que buscan el éxito fácil, además de la hipocresía y la simulación estimuladas por el sistema de control absoluto. Han demostrado profunda sensibilidad social y vocación critica, arrastrando gran cantidad de seguidores que, sin necesidad de promoción oficialista, aclaman a esos raperos que logran expresar en su música el sentir, las inquietudes, las frustraciones y esperanzas de amplios sectores de la juventud cubana. Durante varios años, los festivales de hip hop de Alamar se convirtieron en 93