Identidades No 5, Abril, 2015 | Page 38

Los crímenes de Concha (La Habana: 1863; 1887), está dedicado precisamente a Anselmo Suárez y Romero, y empieza así: “A ti dedico este capítulo de mi novela ¡oh mi buen amigo Anselmo! a ti, hombre de conciencia que eres poseedor de esclavos y abolicionista”3. Aquí su propia simplificación de esta gran contradicción: “En verdad no veo que qué no se pueda ser a la vez lo uno y lo otro…[yo] que ansío ver limpia la frente de mi patria; no me afanaría por ver libres a tus negros ¿serían más felices no estando a tu lado…?” (énfasis mío)4. El reconocimiento de lo superficial del compromiso de los autores supuestamente abolicionistas, de la extrema ‘prudencia’ con que hacen su supuesto llamamiento sino político, social, y de su complicidad con el mismo sistema al amordazar a las víctimas de la esclavitud, haciéndoles incapaces de pensar u obrar de alguna manera individual e independientemente de los estereotipos impuestos, se encuentra al final de la misma dedicatoria: “En nuestras manumisiones parciales sólo hemos buscado sincerarnos con nuestras conciencias, y lavar una mancha sin atender a beneficio de tercero: hemos sido héroes por casualidad… Aboga, Anselmo, aboga, por ese reglamento; pide en él la supresión de bárbaros castigos…que no se vean casos como el de Pancho Fufú y tanto otros (verdaderas personas a que los dos vieron mientras eran severamente castigadas); y como el de mi heroina Concha, siempre desgraciada…Aboga, Anselmo, aboga…si yo tuviera tu pluma la consagraría a ese objeto mientras no pudiéramos pedir otra cosa” (énfasis mío)5. ¿Y qué es esa otra cosa? No sólo emancipación, sino el igualamiento, una aceptación de cultura negra como cultura cubana, de negros como plenos cubanos. No podemos obviar tampoco que algunas de estas obras, como la más conocida, Francis co: El Ingenio o las Delicias del Campo, por Anselmo Suárez y Romero (escrita en 1838 pero publicada en 1880, en Nueva York), fueron escritas por instigación de otros, como el abolicionista británico Richard R. Madden, en este caso. Es decir, les dieron la palabra, pero no sin limitaciones, aun propias. La mayoría de los contertulios de Domingo del Monte, si no todos, como muchos de los próceres de la patria, abogaban por una Cuba blanca, católica, castiza y libre de negros y mestizos, o por medio de la repatriación a África o el blanqueamiento. Su representación de los esclavos y hasta libertos, y la forma en que le controlaron los pensamientos y el habla por medio del discurso indirecto revela una verdadera ansiedad en cuanto a darles la palabra a los negros, a ofrecerles libertad de expresión. En la novela de Suárez y Romero, el personaje principal, Francisco, y el amor de su vida, Dorotea, jamás se hablan directa o libremente sobre su amor. Sin excepción, el autor hace que se lo cuenten a una tercera persona, y que toda conversación directa sea con terceros, con sus amos, amigos o hasta enemigos—y aun así, el intercambio es bastante limitado y retraído—realmente una conversación entre no iguales, y casi siempre es iniciada por los que ejercen el poder sobre su vida. Una de las pocas veces que interactúan directamente Francisco y Dorotea sin interferencia o presencia de otro (excepto del autor), leemos sobre sus intenciones comunicativas en tercera persona: “Éste [Francisco] iba dispuesto a quejarse de su frialdad…a pedirle [a Dorotea] explicaciones…sin embargo…no tuvo valor para preguntarle….”6. Jamás oímos una palabra directamente de la boca de Francisco. Todo es expresado por el novelista. Por su parte, Dorotea le proclama lo siguiente a Francisco, pero no en plan de conversación, pues, Francisco se queda: “inmóvil…sin saber qué 38