Identidades No 5, Abril, 2015 | Page 39

hacer ni qué decir”: “¡Adiós, Francisco, adiós, y ahora no dirás que no te quería ver, ni que soy ingrata! Pero escúchame…(énfasis mío).”7 El caso de la Cuba actual Dando un gran salto hacia adelante, hasta dos años después del triunfo de la Revolución en 1959, vemos que el gobierno activó varios mecanismos—entre ellos leyes—para evitar que se contrarie o cuestionara el fin que se decretara a la discriminación. También se desmanteló las muchas sociedades, periódicos, revistas, y centros afrocubanos que existieron por décadas, y retomó y desplegó la retórica martiana de que ser cubano era “más que blanco, más que negro y más que mulato”, para obviar así las ‘diferencias,’ y garantizar la supresión de cualquier queja o movilización por parte de la población negra o general. Extremo ejemplo de esto es lo ocurrido al intelectual Walterio Carbonell después de publicar que la actitudad y las acciones del gobierno cubano hacia la población y cultura afrocubana revelarían el verdadero grado de su compromiso para con África, sugerencia que le costó años de carcel UMAP y reclusión en un manicomio8. Pero recientemente, el caso de Roberto Zurbano y el artículo que le publicó el New York Times juega no solo con lo que en realidad dijo, sino también con la manipulación del título. Basta con ver sólo unos ejemplos para apreciar hasta dónde llegaron el escándolo y las reacciones a causa de esta publicación y su mal traducido título. “El país que viene: ¿y mi Cuba negra?” cuyo título en la traducción devino primero en “For Blacks in Cuba, the Revolution Isn’t Over” y, por último, en “For Blacks in Cuba, The Revolution Hasn’t Begun?” le provocó al escritor José Hugo Hernández este comentario: “Cuesta entender a algunos intelectuales cubanos que dicen ser defensores del derecho de los negros y mestizos…pero se [convulsionan] si otro intelectual, incluso tan oficialista y tan izquierdista como ellos, airea opiniones que contradicen el discurso oficial sobre el racismo en Cuba” (énfasis mío)9. Dimas Castellanos Martí, en “Sobre el racismo hay mucho que discutir todavía”, comenta que el oficialista Guillermo Rodríguez Rivera “señaló que Zurbano debía indagar el asunto con sus mayores” (énfasis mío)10. Pedro Pérez Sarduy, en “¡Edita tú, que yo titulo!”, que intenta ‘defender’ a Zurbano, desmiente la posibilidad de que Zurbano hubiera escrito mucho lo que se publicó en el cuerpo del artículo, de que “estaba absolutamente convencido de que eso que estaba ahí escrito, tenía adulteraciones” (énfasis mío)11. Edgar London, por su parte, muestra que lo que no se dice es tan o más dañino que lo no dicho para Zurbano. Explica: “[el] pecado de Zurbano no yace en el señalamiento sobre la persistencia del racismo en Cuba, sino en la acusación implícita a la Revolución por guardar silencio sobre el mismo” (énfasis mío)12. Ernesto Pérez Castillo, en Afromodernidades, no tuvo problema alguno con no sólo criticar a Zurbano, sino con insinuar que hubiera sido necesario ponerle o quitarle palabras de la boca: “Leo, con estupor, a Roberto Zurbano en The New York Times. Y no por lo que dice, que ni es mucho ni es nuevo, y ni siquiera por lo que no dice, sino por lo que debiera haber dicho y no quiso…” (énfasis mío)13 Conclusión Cuando el Inter Press Service in Cuba planteó la pregunta: “¿Hasta qué punto se ha llevado a debate público la problemática de la discriminación racial en el país?” justo este pasado 24 de febrero, las respuestas iluminan perfectamente cómo censuran y se auto-censuran los intelectuales cubanos, muchos de ellos afrodescendientes, en cuanto a la temática racial dentro de la Revolución Cubana14. Como escribiera Alejandro de la Fuente en su introducción al catálogo de la exhibición “Queloides” sobre Gui- 39