hacer ni qué decir”: “¡Adiós, Francisco,
adiós, y ahora no dirás que no te quería
ver, ni que soy ingrata! Pero escúchame…(énfasis mío).”7
El caso de la Cuba actual
Dando un gran salto hacia adelante,
hasta dos años después del triunfo de la
Revolución en 1959, vemos que el gobierno activó varios mecanismos—entre
ellos leyes—para evitar que se contrarie
o cuestionara el fin que se decretara a la
discriminación. También se desmanteló
las muchas sociedades, periódicos, revistas, y centros afrocubanos que existieron por décadas, y retomó y desplegó
la retórica martiana de que ser cubano
era “más que blanco, más que negro y
más que mulato”, para obviar así las
‘diferencias,’ y garantizar la supresión
de cualquier queja o movilización por
parte de la población negra o general.
Extremo ejemplo de esto es lo ocurrido
al intelectual Walterio Carbonell después de publicar que la actitudad y las
acciones del gobierno cubano hacia la
población y cultura afrocubana revelarían el verdadero grado de su compromiso para con África, sugerencia que le
costó años de carcel UMAP y reclusión
en un manicomio8. Pero recientemente,
el caso de Roberto Zurbano y el artículo
que le publicó el New York Times juega
no solo con lo que en realidad dijo, sino
también con la manipulación del título.
Basta con ver sólo unos ejemplos para
apreciar hasta dónde llegaron el escándolo y las reacciones a causa de esta
publicación y su mal traducido título.
“El país que viene: ¿y mi Cuba negra?”
cuyo título en la traducción devino primero en “For Blacks in Cuba, the Revolution Isn’t Over” y, por último, en “For
Blacks in Cuba, The Revolution Hasn’t
Begun?” le provocó al escritor José Hugo Hernández este comentario: “Cuesta
entender a algunos intelectuales cubanos que dicen ser defensores del
derecho de los negros y mestizos…pero se [convulsionan] si otro intelectual, incluso tan oficialista y tan
izquierdista como ellos, airea opiniones
que contradicen el discurso oficial sobre
el racismo en Cuba” (énfasis mío)9.
Dimas Castellanos Martí, en “Sobre el
racismo hay mucho que discutir todavía”, comenta que el oficialista Guillermo Rodríguez Rivera “señaló que
Zurbano debía indagar el asunto con
sus mayores” (énfasis mío)10. Pedro
Pérez Sarduy, en “¡Edita tú, que yo
titulo!”, que intenta ‘defender’ a Zurbano, desmiente la posibilidad de que
Zurbano hubiera escrito mucho lo que
se publicó en el cuerpo del artículo, de
que “estaba absolutamente convencido de que eso que estaba ahí escrito,
tenía adulteraciones” (énfasis mío)11.
Edgar London, por su parte, muestra
que lo que no se dice es tan o más dañino que lo no dicho para Zurbano. Explica: “[el] pecado de Zurbano no yace en el señalamiento sobre la persistencia del racismo en Cuba, sino en la
acusación implícita a la Revolución
por guardar silencio sobre el mismo”
(énfasis mío)12. Ernesto Pérez Castillo,
en Afromodernidades, no tuvo problema
alguno con no sólo criticar a Zurbano,
sino con insinuar que hubiera sido necesario ponerle o quitarle palabras de la
boca: “Leo, con estupor, a Roberto Zurbano en The New York Times. Y no por
lo que dice, que ni es mucho ni es
nuevo, y ni siquiera por lo que no
dice, sino por lo que debiera haber
dicho y no quiso…” (énfasis mío)13
Conclusión
Cuando el Inter Press Service in Cuba
planteó la pregunta: “¿Hasta qué punto
se ha llevado a debate público la problemática de la discriminación racial en
el país?” justo este pasado 24 de febrero, las respuestas iluminan perfectamente cómo censuran y se auto-censuran los
intelectuales cubanos, muchos de ellos
afrodescendientes, en cuanto a la temática racial dentro de la Revolución Cubana14. Como escribiera Alejandro de la
Fuente en su introducción al catálogo de
la exhibición “Queloides” sobre Gui-
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