alegación de que ya no serían necesarias y
con el taimado pretexto de que, en lo sucesivo, lejos de cumplir una función aglutinadora, servirían únicamente para marcar perjudiciales diferencias. Sin embargo, uno de sus
rasgos identificativos —y también una de las
mayores garantías para su buen funcionamiento— fue siempre la independencia con
respecto a todo afán hegemónico.
Ya desde los años ochenta del siglo XIX, en
plena etapa esclavista, había este tipo de asociaciones de hijos y nietos de África, cuya
base, como muy bien se conoce, fueron los
cabildos, registrados para siempre en la historia como aporte de gran trascendencia para
la formación de la nacionalidad cubana.
Hoy no hay amparo legal para el derecho a la
libre reunión y asociación entre individuos,
al menos para las unas y las otras discurran
ajenas a las estructuras de dominio. Ello contrasta de manera asombrosa con que, bajo el
poder colonial y aun en medio del execrable
período esclavista, habían sido promulgadas
las leyes de Reunión (1880) y Asociación
(1887). Por supuesto que, en tanto sistema de
oprobiosas represiones, el régimen colonial
español mantuvo siempre esas asociaciones
al alcance de su mano larga. Todavía más,
las utilizó como palanca para sus planes de
segregación y control sobre los negros, a la
vez que se librada de una pesada carga económica por beneficiarse con las iniciativas y
soluciones aportadas para sí por los miembros de cada grupo. Pero al menos los asociados podían elegir, conforme a la ley, con
quiénes deseaban reunirse, sobre qué asuntos
debatir y a partir de qué presupuestos. Esta
circunstancia sería aprovechada eficientemente para cohesionarse, compartir ideas y
magros recursos, reconocerse en la hermandad y preservar las esencias de sus respectivas identidades culturales para el establecimiento de nuestra nación.
Más adelante, libres ya del yugo colonial y
del fuete del esclavismo, aunque no de sus
secuelas de prejuicios y marginación, los
negros y mestizos cubanos (aunque en principio lo hicieran por separado) iban a continuar desarrollando el asociacionismo como
instrumento para encauzar y dar abrigo a sus
intereses sociales, económicos e incluso políticos. De la misma forma que antes, en cuanto tuvieron la oportunidad, se habían desprendido de sus vínculos con la iglesia católica —representación de la colonia— para
ser un poco más libres, en los tiempos republicanos buscarían actuar al margen del andamiaje del poder, más concentrados ya en
los grandes retos que tenían por delante como grupo socio-racial e incluso en sus inquietudes y empeños clasistas.
Fuera de toda duda ha quedado la histórica
importancia que, para los negros y mestizos
cubanos, tuvieron las sociedades de socorros
mutuos o las de instrucción y recreo durante
la época republicana.
Ya en 1903 circulaba entre ellas un manifiesto para denunciar la forma en que el estatus
imperante violaba sus derechos. Y en 1907,
tales asociaciones c