RAZA, CLASE Y GÉNERO
Asociacionismo,
no espejismos
José Hugo Fernández
Escritor y periodista
La Habana, Cuba
A
asocien e intercambien de manera organizada
y sistemática. Lo que está
mal es que esa posibilidad continúe bajo
prohibición para quienes deseen hacerlo al
margen de su tutoría y sus controles, que se
presentan agazapados detrás de apelativos
como Casas de la Cultura, Asociación Hermanos Saíz, Casas del Caribe, Casas de la
Cultura Africana o Unión de Escritores y
Artistas de Cuba, entre otros.
El espejismo de una sociedad civil que actúe
subordinada a la estructura de dominio dictatorial (que por demás ya demostró su inoperancia durante cincuenta años), puede resultar útil sobre todo para el gobierno. Incluso
podría encauzar con relativo beneficio los
intereses de algunos sectores poblacionales.
Pero dudo mucho que sea lo que verdaderamente necesitan hoy los negros y mestizos
cubanos, estando como están embarrancados
en la pobreza, el rezago socioeconómico, el
pesimismo, la acritud y la falta de oportunidades.
No hay uno solo entre los momentos más
difíciles de la dramática historia de los cubanos descendientes de esclavos en que su asociacionismo, mediante agrupaciones de asistencia mutua, no haya sido fundamental para
ayudarles a sacar la cabeza, haciendo gala del
espíritu solidario que siempre les caracterizó.
Es lo acontecido desde los mismos días de la
esclavitud y hasta entrada la segunda mitad
del siglo XX, cuando el gobierno revolucionario prohibiera aquellas con la fatua
l gobierno de Cuba se le están agotando los argumentos con los que
siempre justificó su prohibición a
que los descendientes de esclavos se agruparan en asociaciones de ayuda mutua o en
cualquier otro tipo de colectivo al margen de
la mancuerna de su sistema de dominio totalitarista. La historia nos demuestra que aquel
proyecto suyo de uniformización sociocultural no ha obedecido sino a una estrategia de
poder contraproducente y avasalladora. No
por gusto hoy se ven obligados a desmontarlo por piezas, aunque sin reconocer su fracaso y, naturalmente, sin dejar de incurrir en
las aberradas prohibiciones de toda la vida.
La diferencia es que, en los días que corren,
tratan de disfrazar tales prohibiciones con la
adulteración para su provecho del concepto
de sociedad civil, tan elemental y cotidiano
en el mundo democrático como distante de
nuestra realidad.
De pronto, un grupo de instituciones oficialistas (más o menos camufladas como autónomas) ha comenzado a patrocinar la formación de colectivos de asociados por inquietudes de carácter cultural o de otras
índoles, entre los cuales no faltan algunas
organizaciones de interés para los descendientes de esclavos, ya que resultaría escandalosa su exclusión. No es que esté mal que,
luego de gastarse medio siglo impidiéndolo,
el gobierno haya reparado finalmente en la
conveniencia de que personas afines por su
origen o por cualquier otra circunstancia se
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