Identidades No 5, Abril, 2015 | Page 12

asuntos que más les inquietaban y su protesta por la realidad que los acosaba. La pluralidad socioeconómica y política de sus integrantes es otra de las características de aquel sistema de asociacionismo que hoy se extrañan. Podías ser lo mismo zapatero o periodista, empresario o sastre o albañil o carpintero o político de profesión. Las preferencias de signo ideológico no se contaban entre los impedimentos para aceptar a un nuevo asociado. Había cabida libre para todos, aunque no todos actuaran armónicamente. Se trata de un fenómeno sociocultural que los especialistas han percibido de distintas maneras, según sus concepciones particulares y sus prejuicios políticos, pero ninguno, en ningún caso, concluye que el libre asociacionismo resultara perjudicial, sino todo lo contrario, para el avance socioeconómico y cultural de sus miembros. Los propios estudios realizados desde el prisma institucional del gobierno revolucionario, por ejemplo: Capas populares y modernidad en Cuba (Fuente Viva, 2009), de María del Carmen Barcia, o Vida y cultura en las sociedades Instrucción y Recreo (UNED, 1998), de María Victoria Suerio, coinciden en reconocer su capital trascendencia. En fin, no pretendo disgregar el asunto contando una historia que ha sido ya contada muy bien y pormenorizadamente por más de un especialista. Apenas aspiro a que no se pierda de vista lo que ha significado el asociacionismo para los cubanos descendientes de esclavos, constatando que mientras más difícil fue su situación, con mayor eficacia actuaron en procura del encauzamiento de sus anhelos e intereses como grupo. Si al iniciarse el siglo XX había ya en Cuba unas 70 sociedades negras, cifra que continuaría en ascenso durante la república, y si estando aún la Isla bajo el dominio colonial fue posible que funcionaran con diversidad de objetivos: benéficos, culturales, religiosos, deportivos, de oficios y profesiones, o dedicadas a la defensa de los trabajadores, no veo razones de peso para que no existan hoy (completamente autónomas), dadas las circunstancias históricas que nos golpean, que si bien son distintas a las de épocas anteriores, no son mucho mejores. Me refiero al auténtico asociacionismo, no al espejismo de una sociedad civil fabricada por el poder hegemónico del Estado y obligada a responder al embrutecedor presupuesto de que éste es superior a los individuos, quienes, por tanto, se deben a su servicio, y no al revés, como es de ley. Son muchos los asuntos que podrían viabilizar los negros y mestizos a través del asociacionismo. Y es urgente la necesidad que tienen de este vehículo, siempre que puedan disponer de sus servicios de forma legítima, sin que medien artimañas políticas con fines meramente propagandísticos y sin que sean objeto de manipulación por el gobierno y el partido comunista. Desde el imperativo de reconocerse y actuar codo a codo, como una mayoría a la que injusta y aun absurdamente le está tocando bailar con la más fea en los procesos de cambios que experimenta nuestro país, hasta la coyuntura de elemental sobrevivencia que hoy obliga a dejar atrás la vieja actitud de entenados dependientes del Estado, que adoptaron por educación, desde la infancia, varias generaciones de cubanos. Desde la revaloración de su orgullo y su amor propio como piezas raigalmente decisivas, imprescindibles, de la identidad nacional, hasta la defensa de sus grandes virtudes y sus tradicionales valías como personas inteligentes, disciplinadas, educadas, laboriosas, serias, honradas, emprendedoras, respetuosas de las leyes justas, y no únicamente con capacidades óptimas para ciertas ocupaciones como el deporte o la música o los trabajos más rústicos y peor remunerados. Desde la conquista de espacios relacionados con sus verdaderas libertades como individuos, las cuales son negadas en la práctica por un poder que engaña y manipula, porque teme, y que los prefiere desunidos y con estatus de perdedores; hasta el desmontaje del mítico igualitarismo suprracial que no ha conseguido en la concreta mucho más que impedirles potenciar sus singularidades. Desde la exigencia de que los prejuicios raciales sean al fin puestos a debate libre entre 12