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del debate e incluso esta enfermedad horrible que es la discriminación, en cualquier escala, muta silenciosamente a una enfermedad disfrazada, con los mismos síntomas de intolerancia.” A este respecto quisiéramos recordar la honda reflexión de Matt Leighninger, Vicepresidente para la Participación Pública de Public Agenda, sobre el aprendizaje (y des-aprendizaje social) en las cuestiones de raza. A partir de los disturbios raciales de la década de 1990 en las principales ciudade s de Estados Unidos, Leighninger recorre el tracto histórico de cómo se aprendió a debatir los problemas de raza y a pasar de las palabras a la acción, en estos y otros conflictos sociales, de manera que, “en lugar de conformarse con la igualdad de condiciones, donde todo el mundo sería tratado de manera igual por los profesores, jueces, directores y policías, las comunidades empezaron a tratar de construir arenas públicas”. Aquí los actores sociales reconocen abiertamente sus diferencias y acuerdan cooperar de continuo en pie de igualdad. La lección que extrae Leighninger tiene capital importancia para la gobernabilidad democrática: mejorar la participación ciudadana en los debates públicos e incrementar la comprensión intercultural son tareas complementarias. Y en “la asignatura pendiente de la participación del público en el debate sobre la raza”, señala el autor, el fin de unir presupone reconocer las diferencias y valorar todas las culturas, con el propósito cardinal de “dar a la gente la sensación de que sus experiencias pasadas con la discriminación y los prejuicios serán rectificadas o al menos no se repetirán”. Toda la problemática de violación de los derechos civiles de los cubanos y, particularmente, del racismo y la discriminación racial se presenta por el Comité Ciudadanos por la Integración racial en la segunda edición de “Cuba profunda habla”. Seis años después de la primera edición, el CIR comienza con una pregunta significativa: ¿Qué cambios reales ha producido el Estado en la lucha contra el racismo y la discriminación racial? Y para la amplia argumentación al respecto responde a otra pregunta básica: ¿Qué revela el análisis preliminar del informe del gobierno cubano al Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD)? Queda claro como prácticamente todos los puntos del informe se desplazan en el mismo nivel de vaguedad y generalidad en fallido intento de demostración de cuánto ha hecho el Estado cubano contra el racismo y la discriminación racial. Las conclusiones del CIR reflejan exactamente la realidad cubana actual al responder a otra pregunta trascendental: ¿En qué estadio estamos a la altura de 2016? Se abisman las inequidades raciales en el mercado laboral; es preocupante la desigualdad en todo el tejido social, pero sobre todo en la población negra, crecientemente pobre, marginada de los principales enclaves de la economía emergente estatal y privada. No hay voluntad política para llevar el registro estadístico de la distribución racial en el trabajo por cuenta propia, según los tipos de actividades, pero la observación sociológica demuestra que los afrodescendientes están subrepresentados en las plazas de mejores oportunidades y apenas se benefician del trabajo decente para mejorar su calidad de vida. La comunidad afrodescendiente está descapitalizada en sentido general. No cuenta con los conocimientos profesionales que ahora son rentables ni con recursos suficientes para enfrentar las incertidumbres y retos de la reforma económica. De este modo continúan atrapados en los nudos de la pobreza. Las prisiones cubanas siguen pobladas mayormente por afrodescendientes; las tímidas reformas recrudecen las desigualdades y estructuran la nueva economía sobre bases raciales; los 6