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las pocas cuadras de este populoso paseo (Boulevard de San Rafael) para formarse una opinión del drama de los ancianos tirados a su suerte en las calles, sin amparo familiar y sin el más mínimo auspicio gubernamental, como no sea que la policía, alguna que otra vez, procede a apilarlos dentro de vehículos-jaulas como perros sarnosos.” Así mismo esboza las soluciones que estos hombres y mujeres han tenido que adoptar, en medio de la desesperación, para su mísera sobrevivencia. Y abunda en algunas circunstancias históricas que han llevado a los afrodescendientes a ser el sector mayoritario dentro de este grupo, sobre el cual el desamparo y los rigores del desahucio descargan su máxima dureza. Esa falta de perspectivas no se reduce a los ancianos, sino que toca y lacera muy de cerca a las generaciones más jóvenes, activas y preparadas para el ejercicio de labores que permitirían una vida al menos aceptable en un país donde la crisis multifacética cierra y entorpece todos los caminos para el disfrute de una vida decorosa. Tal realidad se muestra por Rudicel Batista en “Vida de un joven campesino: diferencia, raza y reto”, que relata cómo un joven lucha y trabaja sin descanso, en su pequeño conuco, desde el momento en que la escuela donde trabajaba fue clausurada por el deterioro total de sus instalaciones. Por diversas razones, quizás de orden racial, este joven conocido como El Negro no encontró otro empleo en su especialidad de computación, que le había llevado años de estudio y esfuerzo. Así es testimonio viviente de los tantos jóvenes afrodescendientes cubanos que abandonaron sus sueños para dedicarse a la agricultura y sortear todo tipo de dificultades con frustración, pero con amor, por mantener a su familia en un país donde el apego a la tierra y la felicidad al verla producir son remoto recuerdo. La falta de perspectivas, los desajustes e imperfecciones educacionales, entre tantos otros problemas de la vida de los cubanos de hoy, son pruebas fehacientes del desmoronamiento social y conducen también a muchos jóvenes por derroteros mucho más dolorosos y comprometedores del destino de la nación, tal y como nos narra Yordis García en “Violencia juvenil: un mal que azota” al examinar las expresiones de violencia que proliferan y se adueñan de todas las esferas de la vida familiar y social en su ciudad natal, Guantánamo, y de hecho en todo el país. Al mal comportamiento de niños y jóvenes, con su máxima expresión en la violencia que define quienes mandan en las calles guantanameras, contribuyen la violencia doméstica y el maltrato a los niños en escuelas con maestros sin vocación educadora, agobiados con problemas cotidianos en sus vidas y hogares, así como la satanización de buenos modales y los centros educacionales en el campo, convertidos en verdaderas prisiones de menores donde impera la ley del más fuerte y acontecen hechos de sangre en medio de la falta de control y el predominio de falsos conceptos de la virilidad y la hombría. Tales comportamientos de libre albedrío se reproducen y estimulan con las turbas callejeras que ofenden y apedrean las casas de los luchadores por los derechos civiles y democráticos. Los desmanes que sufren los “Afrodescendientes cubanos” son tratados por Rolando Tudela, quien descarga abiertamente la culpa sobre la política gubernamental y su labor desestabilizadora, intimidante y divisoria de la sociedad, que incluye las más condenables prácticas sociales. En “Ni raza, ni sexo: humanidad”, Verónica Vega se refiere también a las desigualdades, el racismo, la discriminación, la ola de incivismo, el daño antropológico y la crisis de valores… Y apunta: “Pero con todo lo que supuestamente implica la admisión de la pluralidad y su ejercicio, no pasa 5