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demócratas, también los paraliza la imagen terrorífica de que, si todo el sistema se derrumba o cambia repentinamente, unos u otros triunfadores buscarán un ajuste de cuentas contra ellos o tendrían que competir con nuevos sujetos incorporados y bajo nuevas reglas, más allá de ser simple alabardero incondicional. Ese temor se multiplica con la tremebunda historiografía que padecemos debido a los perennes recordatorios de la maquinaria propagandística del régimen: las feroces represalias a la caída de Machado en 1933, el terror que implantaron los nuevos gobernantes con los fusilamientos indiscriminados en los primeros años del triunfo, la amenaza de un exilio retornante y vengativo… Y con todo ello se olvidan de otros ejemplos nacionales, de conflictos sociales bien temibles, en los cuales, sin embargo, no hubo represalias ni cobros de deudas de sangre, tal como se temiera con muy buena razón entre cubanos y españoles en la transición de la colonia a la república. Y no sólo entonces. Como ejemplo más contemporáneo, tampoco tienen en cuenta que represores ocasionales o permanentes del castrismo han logrado refugio por el Ajuste Cubano y son convecinos del exilio en USA. ¿Cuántos pases de cuentas se produjeron allá? No hace mucho se descubrieron diversos ex activos del régimen cubano en la Florida. Por ejemplo, un enfermero torturador de la Sala Castellanos, reservorio para curar al estilo KGB a los opositores de la Seguridad del Estado en el siniestro hospital psiquiátrico de Mazorra. O un matrimonio de guardias de prisiones cubanas, castigadores de presos políticos, pasando sus últimos días en pleno sosiego floridano. Ninguno recibió siquiera una bofetada de las víctimas que los identificaron. Fue la justicia norteamericana quién se hizo cargo de dirimir esos casos. De todo lo anterior se puede deducir que, por lo menos, la imagen viva de ese temor a las ciegas represalias es alimentada por la cúpula gobernante del régimen cubano como salvaguarda frente a un posible cambiazo inesperado. El final: desarmar la bomba, tarea de todos ¿Cuenta la oposición pacífica con una mayoría significativa del pueblo cubano para promover un cambio que los beneficie de verdad? ¿O siquiera que apoye masivamente un determinado proyecto de transición? Aceptar que no, por las razones que fueren, es dar un paso de duro realismo en este presente con negros nubarrones. No significa que el pueblo cubano no quiere que cambie el rumbo de la vida en la isla o que no se pueda hacer nada. Sin tener en cuenta otras acciones, como las constantes huidas y el desangramiento poblacional en un imparable flujo de emigrantes, basta ver la creciente miseria de la mayor parte del país y el temor y tristeza que se anidan tras una histérica superficialidad jocosa, para saber que nada va bien para los habitantes de la isla. Por tanto, lo que parece práctico y que se necesita, es utilizar lo que se tiene, no lo que se quiere tener, que aún no existe. Mejor fijarse en los casos contemporáneos que si funcionaron, sacar conclusiones pragmáticas y dar pasos de política real en dirección al beneficio del pueblo y de los elementos sociales también interesados en beneficiarse. De acuerdo con la experiencia mundial anteriormente citada, una posible solución racional al callejón sin salida de la crisis nacional podría ser, tanto dentro como fuera del país y mediante un esfuerzo serio y consensuado, que la oposición política cubana y otros factores interesados en el cambio suave y sin peligrosos roces sociales, comiencen a expresar una posición clara y constante respecto a los 49