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circunstancias, no poseen nada legalmente justificable como fortuna. Y si a pesar de eso, se arriesgan, la atrabancan con manos golosas y la disfrutan, hay siempre una probabilidad de terminar en prisión. Y allí se verán mezclados con todo el detritus social que ayudaron a crear, apoyando y haciendo funcionar un disfuncional sistema, sin que nada material les quede acumulado de lo que se empeñaron en acumular durante veinte o treinta años. Ni para ellos, ni para su familia. Todo eso los aterroriza e inquieta. Y es que ante sus ojos permanecen en vivo ejemplos del agradecimiento que tienen que esperar del régimen para el que trabajan. Observan demudados la vida que les toca a los cuadros y ejecutivos más viejos. Disfrutaban de los mismos privilegios y ahora son un limón chupado, ya sin jugo que aportar. Les toca jugar en la novena de la creciente pobreza que cuelga sobre la mayoría abrumadora de la población, o sumergirse en el también creciente mundo de las ilegalidades. El pro para la transición real Pero esos componentes de la joven nomenclatura de segunda fila, imprescindibles para el funcionamiento, aunque sea a tumbos, de esta maquinaria de peligroso artefacto oxidado, no quieren nada de eso para su futuro. Lo que realmente quieren es un cuerpo de leyes que justifique como fortuna personal, la riqueza amasada o la que pretenden amasar de acuerdo con las ventajas de sus altos cargos. Mas el tiempo presente no los acompaña. Los preceden unos ancianos que fueron los primeros interventores de la riqueza nacional. Parapetados sin permitir que nuevos miembros entren en masa (y los sustituyan) en el club de los autorizados a obtener jugosos beneficios del bien público. Saben bien que a mediano plazo eso significa anular para la mayoría de la población el viejo apotegma maoísta que es la guía de todos los cambios recientes: “los pueblos que dejan de ser pobres, dejan de ser revolucionarios”. Entretanto, las bases de sostén real y concreto del régimen (Venezuela vampirizada, las remesas de Miami, las jugosas colecturías por el trabajo esclavo de médicos en el extranjero, las sangrías aduanales de viajeros y bienes por frontera), así como las imaginarias (el puerto de Mariel sin alcanzar los de USA, sustento de supervivencia milagrera, vendido como megaproyecto salvador nacional), se van debilitando ante una realidad demoledora: que todo eso tiene una base demasiado endeble de credibilidad y sostenimiento, por lo que puede irse al diablo en muy corto plazo. Mas aceptando que aun así la vieja guardia lograra conservar el poder, el país quedaría un estado tan precario que habría que reducir aún más el círculo de paniaguados y prebendas a las que estos jóvenes cuadros están adscritos. Y tampoco quieren eso, porque con ellos se esfuman las frágiles posibilidades de adquirir un poco más de privilegios y, sobre todo, cargos que más o menos los garanticen, aunque siempre con el riesgo de la represión y el ya tradicional despojo rampante y el ostracismo político que hoy gozan algunas antiguas estrellas del firmamento castrista, como dos cancilleres (Felipe Pérez Roque y Roberto Robaina), dos Carlitos (Lage y Aldana), y un largo etc. Sin embargo, pese a todo ello, la inquieta y ávida capa de privilegiados ejecutores de órdenes no se atreve a movilizarse para ir decididamente sustituyendo al tozudo amo, dando paso a una nueva concepción del Estado, ya abiertamente capitalista en lo económico, donde sean los primeros en meter mano al área pública tal como hicieran los sandinistas en Nicaragua, o los capitostes y ex KGB en Rusia, y asegurarse legalmente lo suyo. Pero quizá por ser pichones alimentados del biberón totalitario, y para nada 48