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pasos de una nación que emerge de una prolongada enfermedad, iniciando el inestable camino hacia la consolidación del nuevo Estado, esta vez bajo el imperio de la ley para todos.
Otros antecedentes de la misma hoja de ruta hacia la paz. Más en realidad, la cesión del poder de los generales birmanos no resulta tan insólita en el comportamiento de dictaduras contemporáneas. Otras experiencias cursaron la misma deriva, dando los primeros pasos hacia la transición desde la misma cúspide del poder. Parece un patrón ya definido por la historia que las dictaduras siempre intentan vender la imagen de ser una corporación de férrea unidad interna y de voluntad inamovible. Y sin dudas, con mayor o menor éxito, esa imagen logra ser sostenida con éxito por años. Pero nada es más engañoso. Fenómenos sociales del mundo contemporáneo dejan entrever otro modo de funcionar. Aunque ocultan sus debilidades todo lo que pueden, cuando cambian determinadas condiciones internas o externas, de las que fundamental y secretamente dependen, la unidad tan exhibida comienza a disolverse como por encanto, dividida por estrechos intereses y secretas pugnas. Y ese es el principio de un precipitado fin. El derrumbe del otrora campo socialista de Europa Oriental cubre a la perfección con este perfil. Con la excepción del caso de Rumanía, las rendiciones de todos los regímenes dictatoriales comunistas fueron en caída suave. Esto resultó sorprendente para la contemporaneidad. Se esperaba una resistencia feroz por las fuerzas que habían defendido tenazmente ese modelo cerrado de sociedad. Todos sus cuerpos armados y policía política, durante años entrenados y dispuestos para enfrentar esa máxima amenaza de fin( como ocurriera en Alemania Oriental, Hungría, Polonia y
Checoslovaquia), de nada sirvieron cuando llegó el momento real del cambio, es decir: cuando desapareció el factor sustentador imprescindible, en este caso la voluntad soviética de intervenir con sus tropas para impedir cualquier transformación del modelo totalitario. Fue por tal razón que los muy entrenados represores terminaron sin provocar un baño de sangre popular. Por el contrario, terminaron apaciguados, desarmados y disueltos calladamente. Y nada ocurrió de venganzas y muertes en el grueso determinante de capitostes del Partido Comunista, los mismos que durante años los habían azuzado contra el pueblo. Este proceder fue premiado con el suave olvido, en un consenso silencioso tras tantos años de feroz tiranía. Apenas hubo procesos legales inmediatos contra actos criminales cometidos por los miembros notorios de los antiguos regímenes. El número de condenas judiciales y penas de reclusión fue aún menos destacable, tanto en número de condenados como en años de sanciones. ¿ Cinismo? ¿ Indiferencia de una inmensa mayoría por víctimas y victimarios? ¿ O simplemente deseos de por fin comenzar a vivir y darle sentido a un país, sin pensar constantemente en huir de él como única solución en esta vida? Sea uno u otro, cuando llega ese momento, las naciones tienen que tomar una determinación: o detener a la inmensa mayoría de los elementos de la sociedad( que arden en deseos de comenzar a expandirse en busca de progreso), en una revisión exhaustiva del pasado, rebuscando grados de culpabilidad de cada cual( lamentablemente los pueblos, en algún momento o buena parte del tiempo, son cómplices de la dictadura que padecen) para impartir toda la justicia sobre los culpables y colaboradores. O, por el contrario, enfrentar el futuro que se precipita sobre ellas con sus beneficios,
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