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Lo que determinó la superioridad —
conceptualizada en términos de raza y
religión— de los conquistadores del
Nuevo Mundo sobre los aborígenes y
enseguida sobre los negros importados,
desarraigados y esclavizados, fue la
supremacía en recursos y el nivel de
organización más sofisticado (no
mejor).
La segregación por estatus de clase es
mal antiquísimo, que ninguno de los
experimentos de justicia social en el
mundo ha erradicado. En Cuba no fue
diferente, ni siquiera cuando se
distribuyó la pobreza (nunca la riqueza).
Aquellos que se erigieron como voz de
los desposeídos marcaron rápidamente
la diferencia dinámica entre su vida y la
vida del pueblo. En la caótica sociedad
cubana de hoy, el dinero, ya sin el
disfraz de la ideología, sigue siendo el
paladín.
Quien goce y ostente un estatus
económico por encima del estándar de
pobreza a que obligan los salarios
estatales, será tratado con deferencia al
recibir servicios tanto en el sector
estatal como privado. No importa si es
blanco, negro u homosexual. El poder
adquisitivo establece la jerarquía y muy
probablemente
esta
persona
discriminará a quienes no estén a su
nivel. Ninguna raza o sexo ha
demostrado hasta ahora que, en
circunstancias ventajosas, no va a usar
su poder arbitrariamente, por limitado
que sea.
Hay personas negras y mestizas que se
quejan de sufrir conductas racistas, así
como homosexuales que reclaman
igualdad de derechos ante una mayoría
heterosexual, pero también en nombre
de su fe matan animales indefensos, con
procedimientos crueles, al amparo de la
supremacía racional. Animales que no
tienen, al menos en Cuba, ni siquiera
una ley que proteja contra el sadismo.
¿Cuántos de los muchos discriminados,
coaccionados por la política oficial, se
prestan para vejar y hasta agredir
físicamente a opositores en mítines de
repudio? ¿Cuántos militares negros y
mestizos maltratan de palabra a sus
subalternos con lenguaje racista?
Junto al racismo tradicional heredado de
la sociedad colonial y de la república
poscolonial,
la
revolución
ha
desarrollado una especie de reacción al
fenómeno
que
se
denomina
indistintamente ola de incivismo, daño
antropológico, crisis de valores. Y es el
rechazo no tanto a personas de la raza
negra, sino a quienes mantienen actitud
negra o marginal.
Así como tantas féminas soportan sobre
sus delicados hombros el imperio
machista del abuso, las actitudes
procaces
e
irrespetuosas
de
homosexuales que no res