IDENTIDADES 1 ESPAÑOL IDENTIDADES 9 ESPAÑOL | Page 26

Raza, clase y género Ni raza ni sexo: humanidad Verónica Vega Escritora La Habana, Cuba U n video en YouTube muestra a una niña blanca de Brasil llorando ante la cámara que sostiene su madre. A la pregunta sobre la causa de su pena, dice que quiere “ser negra, porque así sería más linda”. Al margen de los comentarios bienintencionados o capciosos, salta a la vista la total inocencia con que los ojos de un niño son capaces de percibir el mundo. Recuerdo que mi hijo infante, carente de la atención y el afecto de su padre biológico, me confesó que hubiera querido que un amigo mío fuera su padre. Ese amigo es negro. Siempre me dicen que no puedo entender a cabalidad el racismo por no ser negra ni el dolor del homosexual por ser heterosexual. Yo respondo que soy mujer y he padecido personalmente el machismo. Esa experiencia me llevó a observar que el triste fenómeno se da gracias a mujeres que soportan y perpetúan actitudes machistas como pareja, así como en la educación de sus hijos varones o dejándose usar y exhibiéndose en categoría de producto sexual. Igualmente he apreciado entre muchos homosexuales cierto extremismo, que no indica voluntad de integrarse a la sociedad, sino de estar siempre aparte, en hipersensible spotlight, por el sufrimiento del pasado y del presente, como si no pudieran aceptar más que la reivindicación eterna o necesitaran un planeta solo para ellos. Esto no ayuda a reencontrarnos en nuestra humanidad básica, que surge ante una tragedia común sin que ningún sexo, raza o hasta especie constituya prerrogativa. “Dígase hombre y ya se dicen todos los derechos”, sentenció aquel que llaman “el más grande de todos los cubanos”, aunque sus criterios sobre el racismo han sido seriamente cuestionados en análisis actuales. Tal vez José Martí, careciendo de la experiencia en carne propia de ser discriminado por su raza, simplificó en apotegma un problema demasiado complejo, por el cual tantos han padecido y padecen todavía. Sin embargo, la verdad profunda, como nos revela esa niña del video, es simplemente aplastante. “Quiero ser negra”, pide, y llora con desconsuelo que nos sobrecoge, sobre todo porque sabemos que ni siquiera su madre, aunque intenta consolarla asegurándole que la dejará pintarse de negra, podrá cambiar el color de su piel para complacerla. Y es aquí donde el video resulta doblemente neurálgico, porque burla un canon enraizado durante siglos en casi la totalidad del planeta y demuestra la frágil relatividad de los valores establecidos a través de una tradición plagada de prejuicios, violencia y abusos. De una escala de valores donde el primero será siempre el poder económico y, por ende, político (¿O a la inversa?). 25