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En la recta final de la existencia, luego de muy largos años de trabajo y una vez perdidas las capacidades entre sacrificios y escaseces, tras exponer el pellejo en guerras cuyas verdaderas causas desconocían o rompiéndose el lomo en el intento inútil de crear un mundo nuevo que jamás pasó de ser falacia y adorno discursero, estas personas se ven hoy reducidas a seres en extinción dentro de la jungla darwiniana en que terminó convertido el país. Las razones por las cuales negros y mestizos no sólo constituyen mayoría, sino que también alinean entre los más vulnerables dentro de ese contingente de menesterosos, no habría que explicarlas a quienes conozcan medianamente la realidad cubana de hoy. No obstante, quizá resulte oportuno traer a colación un par de datos que, aunque no son los únicos, ayudan a comprender el fenómeno. En 1886 se abolió la esclavitud y los negros pasaron a integrar, formalmente, la ciudadanía emancipada. Sus desventajas eran abismales con respecto al resto. No tenían propiedades, ni dinero, ni formación profesional, ni estaban a su alcance los medios para adquirirlos a corto plazo. No les quedó más remedio que continuar soportando el apartheid racial y clasista, ambos a la vez. Sin embargo, poco a poco, ellos mismos lograrían empoderarse. Determinante en este empeño fue que se destacaran ejerciendo oficios de gran demanda social e importancia económica. Algunos de esos oficios venían siendo practicados por ellos desde la época esclavista, pero sólo después de la abolición formal se constituyeron en vías para la ascendencia socioeconómica y luego para la acreditación ciudadana. Múltiples oficios se transmitían de padres a hijos y pasaron a ser signos representativos (quizá los primeros) de su particular talento y destreza y laboriosidad como cubanos libres. Los historiadores han destacado ya el papel que jugaron los oficios como palanca para el avance económico y social de los descendientes de esclavos e incluso para su organización como entes políticos. Esa conquista costó decenios de amaestramiento, esfuerzos y privaciones, pero fue anulada de un zarpazo por el gobierno revolucionario, desde su primera etapa, en los años 60 del siglo pasado, al prohibirse el trabajo por cuenta propia y, por extensión, la práctica familiar de los oficios. Todavía los estudiosos arrastran como asignatura pendiente el examen a fondo de aquella prohibición, cuyas graves consecuencias seguimos sufriendo hoy casi como mal endémico. 14