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Esclavistas en tres y dos
José Hugo Fernández
Escritor y periodista
Cubano, residente en Estados Unidos
S
onrisas irónicas, choteos y exclamaciones de rechazo en todos los tonos provocó en la población de Cuba la foto del
apretón de manos entre el pelotero profesional
Yasiel Puig y Antonio Castro, hijo de Fidel
Castro y actual mandamás en los ámbitos
beisboleros de la Isla. No era para menos.
Hasta pocos días antes de su visita, Puig y los
demás peloteros cubanos en Grandes Ligas
(Major League Baseball-MLB) que visitaron
su país natal en diciembre pasado eran calificados por el régimen como desertores y traidores a la patria. Sus nombres habían sido
borrados del mapa y la publicación de sus
imágenes resultaba tan censurada como la
pornografía. Por un prodigio de taimada
malicia dictatorial, aquellos compatriotas
pudieron volver a reunirse con sus familiares
y de nuevo fueron saludados y aplaudidos por
la multitud de sus aficionados, tras haber sido
condenados al destierro político, sin ser políticos, igual que tantos otros a lo largo de más
de medio siglo. En franca bancarrota, sumida
en crisis irreversible, sin futuro a plazo medio,
con sostén apenas en la ayuda de algunos
cómplices internacionales, la dictadura de los
Castro parece haber reparado una vez más en
el baluarte que representan los cubanos negros
para su auxilio económico y político. De
modo que nada les costó dejar de hacer ascos
ante el béisbol profesional para echar a un
lado dogmas e inquisiciones e impulsar un
proceso de intercambios con la MLB en el
contexto de algunos otros acercamientos a los
dólares del enemigo imperialista. Si alguna
duda quedaba sobre la inconsecuencia ideológica y el carácter esencialmente racista y
antihumano del régimen, no hace falta más
que asistir al espectáculo de este vodevil
grotesco. Si alguien, por ingenuo o por se-
cuaz, no creía en las evidencias del sistema
neo-esclavista, que siempre se aprovechó del
desamparo y la buena voluntad de nuestra
gente, en especial de los negros, para ofrecer a
cambio sólo migajas y dependencia, pues aquí
lo tienen estudiando mecanismos para vender
peloteros al enemigo, como si fueran tabaco o
caña, con tal de embolsillarse la mejor tajada.
De la misma forma en que se apoderó de
todas las tierras y e industrias nacionales para
hacerlas improductivas hasta convertirlas en
ruinas, igual ha usado su poder totalitario para
devastar las estructuras culturales y socioeconómicas. También se adueñó en absoluto de
nuestro deporte nacional, con sus jugadores
incluidos, so pretexto de librarlos de la explotación capitalista. Y lo único que hizo fue
arrasar con todo hasta que finalmente terminó
negociando, para su amañado provecho, con
los tan demonizados explotadores. Esas negociaciones constituyen hoy el reducto de los
esclavistas. Ojalá sea el último. Durante
decenios sometieron a nuestros grandes jugadores de béisbol. Explotaron al máximo su
talento y sus capacidades físicas, mientras los
mantenían viviendo en la pobreza, dándoles
apenas el mismo tratamiento que a los caballos de carreras o a los gallos de lidia. Nos les
permitían viajar al extranjero, como no fuera
en delegaciones oficiales y, aun así, estrictamente vigilados por la policía política. El
colmo es que ni siquiera les concedieron
nunca la posibilidad de retroalimentarse con
las nuevas técnicas y adelantos propios de su
deporte, lo cual hubiera favorecido una aproximación, en teoría al menos, al modelo y las
ventajas de la MLB. Pero evidentemente, a los
amos de la dotación les aterraba la perspectiva
de que sus esclavos aprendiesen a juzgar y a
escoger por sí mismos. Sin embargo, como
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