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Castro la “cuestión de color” “en la misma manera que en Estados Unidos” y apenas había “cierta discriminación racial” y “prejuicios remanentes” que la revolución eliminaría sin dificultad, la enciclopedia digital oficialista Ecured apunta: “En La Habana de los años cincuenta del siglo XX los estudios universitarios eran parcela prácticamente vedada a negros y mestizos”, pese a todas las evidencias en sentido contrario. Allí se afirma también que “la política era negocio de blancos” y que el “único partido político en el que los negros podían desarrollar sus cualidades de dirigentes era en el Partido Socialista Popular”. De este modo se ignoran detalles como que Fulgencio Batista llegó a la presidencia sin ser rubio ni comunista. En el pasado que maneja Ecured se dice que “los negros podían ser obreros agrícolas, trabajar en artes y oficios, ser obreros de la construcción. Para las mujeres, el trabajo como empleadas domésticas [sic]. Los cuerpos de policía eran casi solo de blancos, al igual que las fuerzas armadas, sobre todo la oficialidad”. Al parecer la dificultad para transformar a Benny Moré y Celia Cruz en caucásicos lleva a soltar que “el único sector que mantuvo la tradición existente desde el siglo XVIII con amplia participación de negros y mestizos fue la música”12. Solo que antes de hacerse cantante profesional Celia Cruz se recibió como maestra normalista y esto sería otro infundio de la gusanera de Miami, como lo sería toda la carrera artística de Celia Cruz13. Si el pasado cubano no es difícil de modificar, el presente de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos complica esa visión idílica y señorial del racismo castrista. En parte porque las imágenes de perros pastores alemanes atacando a manifestantes negros han pasado un poco de moda; en parte porque no toda la situación actual puede resumirse con las muertes de afroamericanos a manos de la policía como puntualmente informa la prensa cubana. Pese al eficiente aparato propagandístico cubano es más difícil transformar el mundo exterior que el pasado nacional, convencer a su público cautivo que toda la población negra en los Estados Unidos está condenada a trabajar como obreros agrícolas, artesanos o a ser obreros de la construcción. Y en caso de no poseer talento musical, las mujeres negras tienen como única opción laboral ser empleadas domésticas. Décadas de ver producciones de Hollywood han servido a los cubanos para descubrir que ser negro en Norteamérica no es incompatible con la profesión de abogado, juez, jefe de policía, o actor. Si se fijan en las noticias comprobarán que tampoco es incompatible con el puesto de Secretario de Estado y hasta, ocasionalmente, de Presidente. La visita de Obama Y es precisamente la visita de dos días del presidente Barack Obama al “primer territorio socialista en América” lo que ha puesto al racismo revolucionario contra las cuerdas y al mismo tiempo ―como ocurre con los boxeadores acorralados― lo ha obligado a dar el máximo de sí. Intentando recuperarse del aluvión simbólico de la visita de Obama ―“caída de los imaginarios”, como tilda la estudiosa Yesenia Selier14― el gobierno y la prensa cubana intentan restaurar las trincheras frente a un “enemigo” que se desplegó en toda su imperial humildad. A la astucia imperialista de elegir como su representante a un hijo de kenyano, Raúl Castro apenas pudo oponerle la sustitución de su nieto como acompañante habitual por la presencia un tanto fantasmal de Esteban Lazo y Salvador Valdés Mesa, sobre todo si se compara con la interlocución activa que tuvo Obama con personalidades negras en su encuentro con representantes de la oposición y la sociedad civil cubana. La respuesta oficial a la visita ―que el canciller cubano Bruno Rodríguez calificó de “ataque” a “nuestra historia, a nuestra cultura y a nuestros símbolos”― ha sido la apoteosis del racismo revolucionario. Las más escandalosas respues15