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Montero, Miguelina Baro, Carmen Curbelo, Los Chinitos de la Corea ni Juan Alberto Dreke (El Cueva), ni de Alicia Parla Mariana, quien con su sandunga llevó la rumba a Montecarlo y a Paris, amén de dar Eduardo, Príncipe de Gales. La Habana es una ciudad vestida por una galería de personajes que ya no existen, pero que muchos recuerdan, como el Caballero de Paris o Isabel Veitía y Armenteros, conocida popularmente como La Marquesa, negra mitómana que presumía de ser una garzona irresistible, la reina bizarra de los bares y cantinas, quien sin llevar en sus venas una gota de sangre azul era más real que los reales. Otros fantasmas: Bigote Gato, Don Antonio Álvarez, Valeriano I, su Majestad Emperador del Mundo, un negro viejo y andrajoso, siempre vestido de militar y lleno de medallas, que fuera nuestro primer estadista en las calles, así como Amelia Goyri, la Milagrosa, o Armandito el Tintorero, fanático del béisbol, o Doña Catalina Lasa, entre otros notables patricios. En su galería viven también Yarini, María Antonia, Santa Camila de La Habana Vieja, Iluminada Pacheco, Calixta Comité, Lagarto Pisa Bonito y Emelina Cundiamor, pero La Habana es también la ciudad letrada y musical habitada por Dulce María Loynaz, la hija del general; Carlos Montenegro, Lidia Cabrera, Bola de Nieve, Reinaldo Arenas, Guillermo Cabrera Infante, Alberto Pedro, Ernesto Lecuona, Eliseo Alberto, Titón, Celia Cruz… También Abilio Estévez, habanero de las distancias; Eugenio Hernández Espinosa, Wendy Guerra, Fernando Pérez y Carlos Acosta. Cada uno ha sabido colocar La Habana en el mapa. Entre las cosas que no han podido arrebatarle es que continúa saturada por la conversación. La Habana es una ciudad de múltiples altares y de sábanas blancas que siempre bendice las aguas del regreso. Es Santería, ciudad bruja con notables diferencias por su estratificación, pero lo mismo en el barrio de Belén que en Nuevo Vedado o Miramar se hace brujería. Hay negros brujos y blancos brujos en cualquiera de las cuatro esquinas de la ciudad; bajo una ceiba dejan ofrendas, en envoltorio o sospechoso paquete, que a cualquiera provocan susto. Los girasoles, los príncipes negros, la lengua de vaca, rodar un coco, la cascarilla, el olor a albahaca y el aroma de siete potencias son fetiches de esta ciudad. Mi Habana es la tumba de la pureza; es negritud, pero también blanquitud. Es el templo de un sabroso mestizaje difícil de encontrar en otras partes. También es el templo de diversas tribus urbanas: Emo, Friki, Leñadores, Vampiros, Tuercas, Repa, Babalawos, Musulmanes, Rastafaris y Pingueros. Es también hábitat de mendigos, negros dementes, buzos, chicos que se visten de Prada y hombres verdes que florecen con los labios de Norah Jones. A pesar de la tormenta la Habana es una ciudad que invita a ser caminada, pero merece del buen gusto para vivir, pues la felicidad del mestizaje reina aquí. 45