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blanca, prepotente y demagoga, que en la
práctica demuestra ser tan ineficaz en sus
gestiones
administrativas
como
inconsecuente
ante
sus
promesas
históricas. Sus mecanismos de represión
son los mismos de siempre. Sin embargo,
comienza a notarse a ojos vista que ya no
surten iguales efectos, muy en especial
entre los estratos más pobres de la
sociedad cubana, lo que equivale a decir
entre la generalidad de negros y mestizos.
No resulta peregrino entonces el temor
ante un hipotético estallido popular.
Y si así fuera, es difícil dudar de la segura
presencia de los más pobres (es decir, los
descendientes de esclavos) entre sus
protagonistas. Una encuesta realizada
hace poco entre jóvenes negros de La
Habana —cuyos resultados se hicieron
públicos*— da fe de que alrededor del 94
% percibe la discriminación racial y más
de la mitad colocó las causas en las
medidas con que el poder beneficia a los
estratos más elevados de la sociedad. Se
trata de un fenómeno que ha llegado a ser
tan notorio que hasta el propio gobierno
se ha visto obligado a reconocerlo en sus
discursos. Entretanto son cada vez más
los representantes de la intelectualidad
fiel o plegada al poder que se pronuncian
por darle la atención y el tratamiento
especializados que siempre debieron
tener, pero la concreta es que son los
barrios pobres y las villas miseria de La
Habana, junto a las arruinadas
poblaciones del interior, donde el día a
día continúa siendo pólvora viva. Y habrá
que rogar porque no venga Satanás y
prenda el fósforo.
* Selier, Yesenia y Penélope Hernández,
“Identidad racial de gente sin historia”, en
Antología de Caminos, Raza y Racismo,
La Habana: Editorial Caminos, 2009, p.
131.
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