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Cuba y desvirtuaron el sentido de esta
ciencia. Una de las consecuencias de esta
intervención fue suprimir la Sala de
Garantías Constitucionales y Sociales,
una vez en vigor la Ley de Organización
del Sistema Judicial, el 25 de mayo de
1973. Los juristas cubanos llevan décadas
reclamando la necesidad de reactivar un
Tribunal de Garantías Constitucionales al
que puedan acudir, como antaño, desde
los jueces hasta los simples ciudadanos
cuando se ponga en peligro la hegemonía
de la ley. Según Prieto Valdés, una de las
razones para deshacer la Sala de
Garantías Constitucionales y Sociales fue
el papel jugado por este órgano ante el
golpe de estado de Fulgencio Batista, en
marzo de 1952: “Argumento de peso en
esta decisión fue la crítica que se le
hiciera al Tribunal de Garantías, en 1952,
ante su justificación del Golpe de Estado
de Batista. Su conducta fue calificada de
traidora, vil, cobarde y repugnante, y
considerada desde entonces inservible la
institución a los efectos de garantizar la
voluntad popular”.3 La lógica de apelar a
un evento para desautorizar la pertinencia
de una institución e impedir no que sus
funciones sean asumidas por organismos
suplentes, sino que simplemente dejen de
existir, ha sido esencial a la práctica
política del castrismo. Tanto la
argumentación
de
Carlos
Rafael
Rodríguez para justificar la demora en la
institucionalización de la revolución,
como la descripción de la profesora de la
Facultad
de
Derecho,
responden
estrictamente a un mismo procedimiento.
Consecuencias sociales del desamparo
institucional
Por estos años, la desconexión del
individuo
de
las
instituciones
tradicionales abarrotó aquellos espacios
creados por el sistema revolucionario,
como las organizaciones de masas, el
Partido Comunista de Cuba, las plazas
públicas en los días de discursos de Fidel
Alejandro Castro y los sitios convenidos
para movilizaciones de todo tipo,
fundamentalmente de trabajo agrícola y
entrenamiento militar. Pero si en un
primer momento los individuos que
asistían a esos espacios podían trasladar
la disciplina, las prácticas organizativas y
el compromiso que traían de sus
semejantes recién disueltos, con el paso
de los años las insuficiencias de las
instituciones creadas mermaron su
capacidad para mantener agrupados a los
individuos con propósitos comunes y
derivar de esa agrupación sistemas
eficientes de disciplina, capacitación y
compromiso. El individuo vinculado a la
economía cubana vio que, cualquiera que
fuera su esfuerzo, esta declinaba
irreversiblemente;
la
participación
política se redujo a apoyar lo que decía
Fidel Alejandro Castro y una élite
revolucionaria que cambiaba con los
estados de ánimo del Comandante en
Jefe; por último, todo desempeño social
quedó aprisionado en las nociones de
revolucionario y contrarrevolucionario.
Socialmente se estandarizaron por estos
años los horizontes generales y ello debía
traer, de manera natura, la inhibición de la
participación efectiva del sujeto en los
espacios y las instituciones sociales. Fue
la época en que comenzó la práctica,
conservada en el presente, por la cual las
biografías oficiales se llenaron de
referencias a la humildad del origen del
interesado, su ateísmo, el número de
organizaciones de masas a que pertenecía
y las labores revolucionarias en que había
participado. No importaba si se era
dramaturgo, bioquímico o tornero,
hombre o mujer, desconfiado u optimista,
líder natural o subordinado eficiente; el
individuo debía rellenar satisfactoriamente un idéntico cuestionario de adhesión.
No es extraño que en nuestra historia
contemporánea las únicas experiencias
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