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ciudadana. Esa incultura cívica y de derechos impide que los cubanos, por lo general, sepan valorar y utilizar los limitados espacios y derechos de que disponemos. En el plano electoral, a pesar de entenderse que un ejercicio físico de votación no implica elección, a pesar del chantaje tramposo de la nominación pública y a mano alzada y la nula diversidad de opciones en los candidatos, muchos cubanos menosprecian el derecho al registro en el padrón electoral y la opción de ejercer o no el voto sin recibir presiones o amenazas, así como el derecho a participar en el escrutinio. El extendido desconocimiento de esos derechos ha permitido al gobierno cubano presionar a los ciudadanos para que brinden mayoritario respaldo plebiscitario en un acto de sufragio institucionalmente inútil, borrar del listado de electores a muchos ciudadanos que se niegan a participar de la farsa electoral y dar vía libre a los manejos fraudulentos en el conteo de votos. Los cubanos todos necesitamos recuperar o reconstruir esas referencias y valores que permitan, aun en el marco de un sistema bien alejado de la democracia, ejercer potestades y derechos, poner en inequívoca evidencia la inconsecuencia antidemocrática del régimen y convertir el malestar y el descontento en demanda y oposición frontal y explicita. En este marco resulta realmente preocupante la situación de sectores en condición socialmente compleja, como la comunidad LGBTI y los afrodescendientes, victimas tradicionales de la exclusión y el menosprecio de los poderes hegemónicos que siempre han impedido el natural desenvolvimiento de quienes por diferentes son considerados inferiores. La comunidad LGBTI, que no constituye una minoría tan pequeña en Cuba, y los afrodescendientes, con un enorme peso demográfico, histórico y cultural, han sufrido el rigor de esos afianzados patrones discriminatorios que imponen fractura y polarización profunda en nuestros espacios de convivencia. A la hora de hacer estos análisis no debemos perder de vista el moderno concepto sociológico de la transversalidad, que explica cómo —al analizar traumas, desventajas y exclusiones— las personas negras, mujeres, madres solteras, homosexuales, discapacitados y campesinos acumulan mayores cuotas de discriminación y sufrimientos. Desde los umbrales mismos de nuestra historia los africanos y sus descendientes han sido objeto del más enconado menosprecio y exclusión. Sin importar el papel jugado por los afrodescendientes cubanos en la construcción económica, política, social y cultural, nuestro país se convirtió en una franca sociedad de castas, donde por muy correcto, talentoso, políticamente esforzado e incluso exitoso que sea el cubano negro o mestizo nunca va a ser considerado ciudadano de primera clase. El cuadro se agrava porque con la revolución los afrodescendientes perdimos la voz y los espacios de asociación y proyección cívica que habíamos afianzado por más de un siglo de difícil lucha. En más de cinco décadas resulta evidente cómo se reafirma la polarización y las desigualdades en perjuicio de este sector, que a pesar del discurso igualitarista continua siendo culpable o considerado víctima, beneficiario del paternalismo de inspiración colonialista prevaleciente. Fenómenos como la dolarización, las medidas de redimensionamiento económico, la impune exclusión y represión racista de instituciones oficiales, espacios culturales y mediáticos, la falta de mecanismos efectivos de prevención o castigo de acciones discriminatorias, han profundizado en las últimas décadas las 117