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públicas ni de delimitar responsabilidades, legalidad y campos de acción. De esa manera el Estado simplemente actuaba y complicaba las dinámicas en todos los ámbitos de la vida social. En el contraste destructivo entre la acción “espontánea” del régimen y la realidad, la práctica política asumida es de hecho, no de derecho. La política desemboca inevitablemente en la urgencia y no en los actos ordenados y contrastados con y desde la ley. Así se actuaba en la época del inmovilismo y así comienza a actuarse en la época de la apertura: la práctica como criterio de la acción, no la ley. Segunda: el divorcio de la Constitución cubana con la realidad social. Ninguno de los artículos de la Constitución puede ser respetado si Cuba necesitaba y necesita tener vida social, económica y cultural. Un hecho político esencial para entender la dinámica de la Revolución y del poder en los últimos 56 años es la tolerancia de la ilegalidad marginal como instrumento de supervivencia de todos los actores de la sociedad cubana. El sacrificio de la institucionalidad ha sido el costo, pero al mismo tiempo ha alimentado la necesidad de acoplar las instituciones y la Constitución al país real. Tercera y última: la legitimidad social de todos los actores, los estatales y los no estatales, permite la vuelta al debate sobre los valores universales y el trabajo básico de legitimación social necesario para impulsar reformas constitucionales, al margen de la Constitución, tal y como hace el gobierno. Aquí la pregunta es: ¿por qué las reformas inconstitucionales que hace el gobierno son legítimas, y las que propone la sociedad civil no lo son? Agendas mínima y máxima Esta última cuestión es fundamental en la estrategia y la táctica que desplegamos desde Consenso Constitucional y desde #Otro18: movernos social y políticamente en las brechas institucionales que nos dan la Constitución y las leyes actuales para fortalecer los escenarios hacia reformas constitucionales de mayor calado. Trabajamos para ello con dos agendas, ahora en forma de anteproyectos de reforma del sistema electoral: una Agenda Mínima y una Agenda Máxima. La primera propone una serie de reformas minimalistas al sistema electoral, utilizando también los espacios asociacionistas que permiten las leyes actuales con el propósito de abrir y legitimar el juego frente a la sociedad. Un paso esencial es ponerlas a consideración, escalonadamente, de expertos y especialistas en sistemas electorales y en teoría política, con vistas a colocarlas en una perspectiva más amplia de reforma constitucional. Un segundo paso es convertirlas en agenda política legal para la deliberación ciudadana al interior de la sociedad civil y, más tarde, en Mesas de Iniciativa Constitucional a lo largo de todo el país con la ciudadanía. Para esta fase pretendemos contar y dominar las técnicas y herramientas más rigurosas de la democracia deliberativa, de modo que el proceso, sociológicamente, pueda ser medido con criterios no solo políticos, sino científicos. La encuesta deliberativa adquiriría aquí un papel fundamental para generalizar el proceso en nivel más público. Empezaremos con la Agenda Mínima. Intentamos en febrero, antes del encuentro de marzo en Pittsburgh, realizar un foro de la sociedad civil para sostener una conversación estructurada con actores y multiplicadores sociales y políticos, para dialogar sobre esta agenda mínima. Después reinstalaremos las Mesas de Iniciativa Constitucional con una doble agenda: los ejercicios de democracia deliberativa y el empleo de sus herramientas de forma práctica para deliberar la Agenda Mínima con la 107