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asistiéramos como oyentes a las exposiciones de otros paneles. Por añadidura, al llegar a nuestros respectivos hoteles, todos tuvimos dificultades para el hospedaje. Por alguna inexplicable razón, las reservaciones fueron hechas para el día posterior a nuestra llegada, o sea: la fecha en que ya estaría sesionando el congreso. Poco faltó para que este equívoco (si lo fue) nos obligara a dormir esa noche en un parque o bajo un puente de San Juan. Resultaba difícil asumir aquel desplante como obra de la casualidad, sobre todo al constatar que era muy diferente la suerte corrida por el grueso de la amplia delegación oficial de Cuba. No obstante, si alguna duda quedaba sobre la intervención del azar, pudimos despejarla al conocer el sitio asignado para el desarrollo de nuestro panel, uno de los pocos (y con toda seguridad el único compuesto por cubanos) que debió ventilar sus ponencias en la sala Ponce de León B, en el Condado, fuera y lejos de la sede del Caribe Hilton. Nuestro cubículo tenía asegurada la no asistencia del público, excepto quizá alguna que otra persona avisada de antemano y especialmente interesada en escucharnos como para renunciar a la posibilidad de asistir a otros paneles, por lo distante que se hallaban y por la hora y fecha: 8 de la mañana del último día del Congreso, sábado 30 de mayo. Para colmo, la noche anterior hubo fiesta para los delegados, hasta altas horas de la madrugada, organizada, vaya casualidad, por la Sección Cuba de LASA. El saldo obligado Por supuesto que no fue tiempo perdido, toda vez que las ponencias pasaron a nutrir el parque conceptual de LASA y, con tal carácter, quedan a disposición de cualquier estudioso inquieto que no se conforme con las limitaciones que brindan las ateridas estadísticas y fuentes oficiales de la Isla. Pero de cualquier modo es lamentable que estas ponencias fueran privadas de discurrir en el mismo espacio y con igualdad de posibilidades ante el auditorio que, digamos, los trabajos llevados al evento por las comisiones del régimen cubano. Y parece un despropósito, por llamarle de algún modo, que ello ocurriera en un evento cuyo lema central apelaba al amparo de las “precariedades, exclusiones, emergencias”. Algunas de las conferencias de nuestra menuda subdelegación, además de responder íntegramente al reclamo lanzado por LASA sobre la necesidad de estudiar y exponer las desigualdades de que son víctimas los pobladores del continente, resultan de suma utilidad para conocer y comprender aquellas que padecen los pobres en Cuba, que integran casi toda la población, muy en particular los negros y mestizos, que constituyen mayoría. Igualmente revisten cardinal importancia los enfoques sobre el imperativo de que se emprendan en la Isla verdaderas reformas políticas, constitucionales y legales como paso previo al empoderamiento de la ciudadanía históricamente rezagada y postergada, como en el caso de los descendientes de esclavos. En este sentido son ejemplares las ponencias de Cuesta Morúa (“La Ley afirmativa y la Reforma Constitucional”) y de Madrazo Luna (“Debate Racial. Espacios fiscalizados vs Espacios de resistencia en la Cuba Contemporánea”). Mi ponencia (“El antirracismo en el ocaso de la revolución cubana”) tiene como propósito llamar la atención sobre el hecho, absurdo y bochornoso, de que los activistas cubanos del antirracismo están hoy divididos en dos grupos contrarios, y a veces hostiles, como resultado de una estrategia del poder político, empeñado en desconocer e incluso en perseguir y acosar a quienes 29