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Para colmo, por estos días se muestra como un despropósito ante los amagos aperturistas y reformadores del gobierno, por cuanto no sólo entorpece la búsqueda consensuada de una luz al final del túnel, sino que incluso está boicoteando el debate antirracista, al fomentar el desacuerdo y la desunión entre sus partícipes. Aun cuando sus aspiraciones sean muy parecidas, los simpatizantes, estudiosos y activistas cubanos del antirracismo se están viendo arrastrados a ser rivales irreconciliables (y a veces hostiles), mucho más por la forma de enfoque que por sus sentimientos y propósitos. Es una circunstancia que duele y que, por su carácter perturbador y abiertamente nocivo para los intereses de la causa antirracista, debiera ser rechazada por todos, al margen de los presupuestos ideológicos de cada cual. En principio, debieran apresurarse a rechazarlo los llamados “antirracistas de izquierda”, pues son quienes tienen mayor posibilidad de ser atendidos por las instancias oficiales. Pero hasta donde yo sé, no lo han hecho, o no han ido más allá de condescender a leves intercambios de ideas con los antirracistas opuestos políticamente al gobierno. Y para eso en muy contados eventos sobre el tema y sólo en los últimos meses. Uno de los activistas del antirracismo considerados mañosamente de derecha ha escrito sobre los “antirracistas de izquierda”: “Lo primero que deben hacer estos consagrados luchadores por la igualdad es separar sus preferencias político-ideológicas de las valoraciones y consideraciones sociales, humanas y morales que se vinculan con la problemática racial”. Es verdad como un templo. Y en rigor sostenida sin trasfondos. Por lo demás, aunque tal vez resulte ocioso, me permito recordar que cuando nos referimos al poder político en Cuba no estamos hablando de un gobierno corriente, sino del gobierno ininterrumpido durante más de medio siglo, con estructura invariable, sin oposición de fuerza decisiva ni contrapartidas legales, en un clima de paz y concordia interna, con dominio absoluto sobre la totalidad de las reservas económicas y el potencial socio-cultural de la nación. Es una realidad apodíctica, que no admite ser matizada o disfrazada, que ese poder sin parangones en la historia de nuestro hemisferio, no hizo todo lo que debía y mucho menos todo lo que 24