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co el motivo: el pan se acaba demasiado rápido. Ese vocerío, la imposibilidad de disfrutar de inmediato un helado, el sol intenso pegando contra todo con fuerza insoslayable, hacen que Jorge desista del recuerdo. Ya no pregunta nada más y regresamos en silencio tomándonos una cerveza Bucanero semi-fría. Era la única marca que había en la diminuta cafetería. Por supuesto, en moneda convertible. Las traiciones de la memoria Lo que le ocurrió a este visitante parece ser un fenómeno mucho más común de lo que pueden imaginar cubanos emigrados. Y se hace evidente que tiene mucho que ver como resultado del brusco cambio de hábitat. Se sale de una sociedad pobre e inmovilista y, en el mismo día, se empieza a vivir en otra en extremo desarrollada, ágil y abundante. Este impacto sacude hasta lo más recóndito al recién llegado. Es muy significativo que el cubano promedio, de manera permanente y por decenas de continuos años, tenga el más forzoso bajo perfil de consumo del continente, que se traduce en la inestable escasez y la ausencia de lo más elemental para una nación de Occidente. ¿Cuántos cubanos saben manejar un vehículo automotor? ¿Cuántos compraron o vendieron propiedades? ¿Cuántos tuvieron o expandieron negocios? ¿Cuál es el índice de consumo de energía per cápita? Las incógnitas y cifras siguen siendo un misterio inescrutable., Estas y otras muchas valoraciones de nivel de vida son casi desconocidas para una abrumadora mayoría, cautivos de una manera de vivir pobremente subvencionados y muy controlados, agobiados por la imposibilidad de ejercer del más mínimo derecho de propiedad o libertad. Es un caso de pobreza instituida por ley y de por vida, algo único en el hemisferio. En consecuencia, el cubano común desarrolló un muy estrecho perfil de posible consumo de cualquier cosa. No elige de un vasto surtido, sino que consume lo que aparezca. Tiene la mentalidad y los hábitos de un cazadorrecolector primitivo. Vive al día. No tiene tiempo ni posee bases sólidas para pensar en el futuro. Hay ya toda una generación que se está haciendo vieja pensando de ese modo. ¿Un cambio radical e inmediato de hábitat, como es la emigración a Estados Unidos, lo anega de desconocido consumo, hasta de sus propios derechos? A fin de cuentas, esa es la nueva norma en las que debe encausar la nueva vida: consumir y decidir mucho y a diario, con resultados concretos. Y aunque lo anhelara siempre, era sólo imaginación, algo insustancial. No está preparado para ese desafío que irrumpe y lo rodea como una banda de comanches. Necesita un asidero, un escenario mental donde lograr un respiro frente a las repentinas, constantes e ineludibles variantes que le obligan a decidir, algo que nunca pudiera ejercer fuera de un estrechísimo límite. Entonces, quizá en pleno estrés por esa presión constante de la libertad, encuentra un asidero en el inmóvil escenario que guarda en la memoria. Lo que vivía en Cuba, un panorama patitieso por decenios, se le torna un asidero de quietud, un oasis. Mas, probablemente por el efecto de abundancia, colores, diseños y ofertas de la nueva realidad que le rodea, esta remembranza de un corral para puercos es inmediatamente invadida por la imaginación, adornando todo recuerdo deprimente. “Esta es la tierra más bella que ojos humanos han visto” Marta emigró a Estados Unidos en 1999. Fue una de las 541, 000 personas que se inscribieron en el bombo de 1998, el sorteo de visas para emigrantes cubanos que, por pocos años, ofreció nuestro vecino norteño. Marta me confía que ella y su esposo acumulaban enormes deseos de escapar del país. Por eso, cuando les llegó el sobre amarillo a 75