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Tanto la criminalización y represión de las tradiciones africanas como los prejuicios raciales impulsaron a una clase incipiente a sociabilizarse en sus propios círculos. Pioneros en esto fueron los españoles o sus descendientes devenidos cubanos, que esperaban alejarse así de las imágenes peyorativas comúnmente aplicadas. Numerosas asociaciones blancas se mantuvieron en la República, distinguiéndose todavía por el nombre de la región de España de donde provenían sus fundadores: Centro Gallego, Centro Vasco, Centro Asturiano… Así es que se fundan en Pinar del Río, en la primera década de la República, el Liceo y la Colonia Española. En la colonia, calificar de negro a cualquier esclavo procedente del continente africano contribuía a negar la diversidad de los orígenes étnicos de la mano de obra importada y a propiciar un largo proceso de homogeneización y aculturación. No obstante, es notable que la Corona, interesada en mantener la división entre los esclavos para su beneficio, autorizara los cabildos de nación, aparatos de transmisión cultural muy importantes hasta principios del siglo XX que agrupaban a personas originarias de la misma región de África. La progresiva liberación y emancipación de los esclavos posibilitó su participación en diversos tipos de asociaciones y demostró su capacidad para integrarse en la sociedad civil emergente. En las últimas décadas del siglo XIX, los criterios de acceso a ciertas asociaciones reflejaban ya desigualdades crecientes entre esa misma población para entonces libre. Si bien se emplea el término abarcador negro para designar un conjunto poblacional cada vez más ecléctico en el siglo XIX, este estudio pretende romper con la imagen errónea de un sector poblacional homogéneo y forzosamente solidario. El estatus de ciudadanos permitió a los negros y mulatos diversificar sus posiciones sociales y agudizaron así las desigualdades entre ellos. La evolución del mercado de trabajo y la alfabetización en las primeras décadas republicanas demuestran la elevación de nivel social en parte de la comunidad. Mientras se debatía una definición de la cultura cubana —sobre todo con los aportes el prestigioso investigador Don Fernando Ortiz— que tomara en cuenta todos sus componentes étnicos, se iban fundando nuevos clubes portadores de ideas igualitarias. El acceso creciente de los negros y mulatos a diversos espacios de expresión, ya fueran políticos, intelectuales o meramente asociativos, no sólo permitió ganar estima y algunos derechos, sino que también aceleró el proceso de heterogeneidad dentro de la sociedad cubana. Origen y esplendor de estas sociedades: el sueño de la integración social Todas las sociedades esclavistas guardaron fuertes huellas de su pasado, pero en Cuba la marca indeleble del color de la piel respaldó los estigmas y la vergüenza vinculados a la clase pobre, de mayoría negra, y actuó contra su debida participación social, política y económica. A pesar de la Constitución de 1901, los negros siguieron siendo los ciudadanos más despreciados en el sector laboral, así como en los espacios de ocio, tanto públicos como privados. Las tardías fundaciones de Atenas Occidental e Hijos de Maceo fueron testigos de la permanencia de la exclusión en Pinar del Río, donde había dos lugares de reunión blancos: el Liceo y la Colonia Española.2 En La Habana, ese ascenso se tradujo en la fundación del Club Atenas, círculo de color elitista cuyo prestigio representó un modelo a seguir para otras asociaciones de la Isla3 y, específicamente, en Pinar del Río. La década de 1930 acarreó cambios significativos en la percepción de la población negra en Cuba. Sus organizaciones, persiguiendo siempre la aceptación de sus miembros en la sociedad cubana, fomentaron cierta disparidad y continuaron el proceso de aculturación por identificación con la cultura blanca hegemónica, ambigüedades que se pueden observar en las dos asociaciones precitadas. Tal resultó el caso de algunas que sólo reclutaban a pardos o mulatos, como la Sociedad El Adelanto, en el municipio de Consolación del Sur, lo 73