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pudiera producir más sin incentivar el trabajo mediante mayor salario. Sin embargo, el Estado cubano
soslaya por completo, probablemente por su manera
de ver la realidad que otorga el poder absoluto, que las
personas trabajan con el objetivo de sostenerse decorosamente y mejorar sus vidas y las de sus familias.
Así que con esta Ley de Inversión Extranjera se remacha el punto de vista explotador, negándose a la masa
trabajadora superar su estatus de simples manobres.
El segundo factor que impide la pretendida normalización de la moneda es el mercado negro, que cada día
se consolida como alternativa al obseso control impuesto y es un creciente islote de “cimarronaje económico” perfilado contra el sombrío fondo del Estado.
Comparando fríamente a ambos, planificación centralizada y mercado negro, el ágil ejercicio del último en
la relación oferta-demanda supera con creces las limitaciones operativas de su involuntario suministrador y
rival.
Pero, ¡cuidado! Aunque ha llegado a resultar imprescindible para la magra supervivencia real del país, no
por ello el mercado negro deja de ser una aberrada deformación de la sanidad económica y financiera que
aporta ría a la nación ese mercado libre y protegido por
leyes, que el Estado cubano impide. Pese a ser un espacio de libertad económica en el que a menudo incursiona o vive la inmensa mayoría de la población, el
mercado negro es también un cáncer que de manera
creciente no sólo devora buena parte del contenido del
cerrado valladar estatista, sino que de múltiples maneras medra en el mismo usurpado erario público.
Aunque ahí no queda la cosa, lamentablemente. Además, el mercado negro deforma y envilece a la sociedad y a su futura herencia económica. A fin de cuentas, un desconocido número de vivos se enriquece, expande sus negocios subversivos y corrompe y explota
a cada vez mayor número de personas. Y en este ejercicio rapaz se nutre de una muy semejante falta de escrúpulos y sensibilidad, de la que el Estado hace impúdica gala. Por tanto, a la par de su coterráneo origen
y contraparte, también el mercado negro es un
enemigo de la nación.
Hay que hacer hincapié en la causa. ¿Quién es el padre
de semejante criatura? Este espacio de ilegalidades
reales (y otras que, de acuerdo con las nociones internacionales del delito, no lo representan), es plena responsabilidad del Estado cubano. Es la respuesta deformada a su visión totalitaria de la sociedad, con absoluto control de los súbditos (que no ciudadanos) hasta
en su más mínima expresión de individualidad.
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Herméticamente se excluyó, por decenas de años,
cualquier posibilidad de progreso y prosperidad por
vía personal, como no fuera reptando entre cuotas de
bienestar y poder por el escalafón oficial del partido
único, la burocracia o el aparato represivo-militar, ese
trío que define el mismo grupo en control de la nación
desde hace más de medio siglo. Sólo queda el enorme
espacio para la caza que este grupo declaraba propio e
ilegal para el vulgo no autorizado.
Al intentar deformar su espíritu, se negaba la naturaleza humana. Y el resultado fue deformándose de
modo furtivo. Los escrúpulos de la honestidad, la
ética, la moral y la honradez quedaron abandonados
por buena parte de la sociedad como un lastre que impedía nadar en las turbulentas aguas del totalitarismo.
Un trallazo definitivo en esta escalada descendente fue
la exclusión del dólar estadounidense (USD) como numerario corriente y su sustitución por una moneda
convertible del Estado (CUC) sin respaldo alguno,
pero que por decreto contó con una arbitraria tasa de
cambio respecto a las monedas convertibles reales.
Este plan de acaparar todos los dólares que la población atesoraba como capital real tenía precisamente el
objetivo de reducir al mínimo las posibilidades de crecimiento de una incipiente clase media. El Estado ya
no tendría que ofertar crecientes mercancías y servicios para arrancarle esos dólares del bolsillo: de entrada se quedaba con ellos y entregaba a cambio papelitos coloreados para adquirir mercancías y servicios.
La calculada diferencia de situación era que ya no había que preocuparse por suministrarlos y ofertarlos de
manera suficiente y creciente para apoderarse de los
dólares del enemigo remitidos en remesas desde Estados Unidos por el exilio.
Sin embargo, desde el principio de la puesta en práctica de más de una moneda2 en la economía supuestamente igualitaria, depreciando la moneda nacional que
gana el pueblo común con su trabajo, el efecto de esta
política sobre la mayoría fue el equivalente subterráneo a una bomba atómica de prueba en el desierto de
Mojave.
De repente, el valor del trabajo se depreció y se tasó
el beneficio particular acorde al valor de la tasa de
cambio oficial. Aunque el astuto poder tenía en cuenta
que no todos iban a obedecer este dictado de comportamiento de sumisión monetaria por encima de sus
propias ambiciones, contaba con la represión y sus
mecanismos de control centralizado para contenerlos.
Lo que nunca pudo prever es que esa fuerza díscola
alcanzaría proporciones desconocidas y hasta se le iría
de las manos.