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que la emancipación y el avance tantas veces prometidos y postergados a lo largo de más de medio
siglo no depende sino de ellos mismos, como individuos y también como grupo.
El fenómeno no fue distinguible al principio de lo
que aquí llamaron la liberación del pequeño negocio privado, y aún menos en la arrancada del
auge del envío de remesas desde el exterior, dos
eventos que, lejos de favorecer a los negros, parecieron agravar todavía más sus desventajas económicas y sociales.
Sin embargo, hoy se proyecta como una realidad
tan plausible como reveladora. Y de ser confirmada por vía de las ciencias sociales, no quedaría
sino admitir que es obra de la capacidad que siempre han demostrado los descendientes de África
no sólo para adaptarse a las circunstancias adversas, sino para reaccionar en procura de su reversión, poniendo en juego inteligencia, tesón y habilidades que siempre les han sido propias y que,
además, se complementan con la solidaridad grupal, virtud que desarrollaron durante siglos de
marginación y en la que evidentemente descansa
una de sus mayores potencias.
Los escépticos no estarán de acuerdo con esta hipótesis, no probada pero probable, mientras los
prejuiciados de siempre dirán que si fuese real la
tal mejora económica, no proviene del trabajo privado ni de ningún trabajo, sino de actividades ilícitas. Desde luego que entre ambas objeciones, la
primera es mucho más merecedora de atención,
puesto que ya se ha visto sobradamente que no
son los cubanos pobres, sino los jerarcas de la administración política y económica (blancos en
amplia mayoría) quienes prosperan hoy con el negocio ilícito y la corrupción. A los pobres, el fruto
de la bolsa negra y otras inventivas al margen de
la ley les alcanza apenas para malcomer, y aunque
resulta mu y difícil la supervivencia sin incurrir a
diario en algún tipo de ilegalidad, nos referimos a
personas a las que se les ve mejorar fundamentalmente a través de su trabajo o de su ingenio o de
otros recursos individuales.
Las probables fuentes
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Inadvertidamente quizá para los distraídos, diversas ocupaciones del trabajo por cuenta propia se
han ido agregando a las que asumen con asiduidad los negros y mestizos en La Habana. Incluso
algunas de ellas comienzan a ser marcadas por su
impronta.
Es el caso del transporte de pasajeros (taxis) o del
comercio, la gastronomía y otros servicios públicos, por citar unos pocos ejemplos donde apenas
se les veía en la arrancada del pequeño negocio
privado. Van quedando atrás los días en los que
parecían limitarse a labores elementales, dependientes casi siempre de la fuerza física, como la
construcción, la estiba o las funciones de escolta.
No es que no se ocupen ya de tales faenas, las
cuales, por demás, no resultan en modo alguno
demeritorias. Lo que me parece significativo es
que hayan ido ampliando el espectro laboral en la
misma medida en que se apartan de sus insolventes empleos con el Estado, y ahí es justamente
cuando comienza a mejorar su situación.
Al igual que el resto de los cubanos en esta época
de crisis, los negros también se ven impelidos a
desapegarse de sus profesiones para ejercer tareas
mucho menos calificadas, pero más solventes. La
nota particular, en su caso, tal vez sea haber tenido que renunciar al fruto de estudios académicos a los cuales accedieron mediante un gran sacrificio, debido a la pobreza del entorno familiar.
Es común entre ellos el ejemplo de padres que trabajaron muy duro para que sus hijos pudieran terminar estudios universitarios (por más que la matrícula sea gratuita, estudiar demanda gastos importantes) y a partir del Período Especial debieron
deponer sus títulos de ingenieros o doctores para
trabajar como escoltas de los nuevos ricos, apremiados por la urgencia del sustento.
Tal vez sea bueno aclarar que los escoltas habaneros de hoy no son meros matones, sino más
bien mediadores de la energía positiva entre el peligro y sus patrones. Están ahí, junto al jefe, representando una advertencia, más que una amenaza, confiados en que su talante y su aspecto físico, además de su argot de guapos de barrio, resulten suficientes para persuadir, que es mucho